Surge la legítima duda de si el último debate presidencial hubiera sido suficiente sin mediar la existencia de un entidad como Comunidad Mujer, fundada por mujeres relacionadas por la vía del parentesco con la elite más conspicua del país, logrando aglutinar tras de sí a un buen número de profesionales, especialmente de estratos acomodados. Comunidad Mujer ha venido a constituir una suerte de “feminismo fáctico”.
Para quienes suelen evaluar los avances en materia de igualdad de género mediante la óptica del vaso medio vacío es importante recordarles que, hace algunos años, era impensable imaginar a los candidatos presidenciales presentando sus ideas en la materia. Temas tales como economía, política exterior, educación, salud y medio ambiente llevaban la delantera. Sin embargo, pareciera que la obligación de dar a conocer las propuestas programáticas de género se está convirtiendo, paulatinamente, en una obligación y en ritual. Las elecciones pasadas, por el hecho de que competía una mujer, generaban la excusa perfecta para inaugurar un espacio de estas características. Sin embargo, surge la legítima duda de si ello hubiera sido suficiente sin mediar la existencia de un entidad como Comunidad Mujer, fundada por mujeres relacionadas por la vía del parentesco con la elite más conspicua del país, logrando aglutinar tras de sí a un buen número de profesionales, especialmente de estratos acomodados.
Comunidad Mujer ha venido a constituir una suerte de “feminismo fáctico” aunque adjudicarle pretensiones feministas es, quizás, demasiado ambicioso por cuanto, si bien es cierto que esta organización se basa en la idea de que las mujeres tienen menos poder que los hombres como grupo, que esta desigualdad es ilegítima y que hay que hacer algo colectivamente, se circunscriben a temas relativos a la participación política y a una mayor presencia femenina en el mundo del trabajo, olvidando premeditadamente los asuntos relativos a la sexualidad de las mujeres y, más en concreto, todo lo concerniente a los derechos reproductivos. Todo ello, sí, aderezado por un discurso amable, sin aristas, donde la palabra “patriarcado” está proscrita y donde los argumentos para el incremento del protagonismo femenino huelen más a utilitarismo (aprovechar los talentos para promover el crecimiento económico, por ejemplo) que a densificar la democracia y cumplimiento de derechos. Sacarle el bulto a estos temas les facilita una envidiable resonancia mediática, especialmente mercurial, que permite proyectar, de paso, una fotografía alejada a la que vive la chilena común y corriente. Piénsese, por contraste, que el tratamiento de la posición de las mujeres, en el marco de la Unión Europea, abarca al menos cuatro aspectos: empleo y conciliación; igualdad y paridad en política y en toma de decisiones, violencia contra la mujer y derechos sexuales y reproductivos. Además, sus apelaciones son premeditadamente despolitizadas, centrando la igualdad en un asunto de números, mediante la modificación de las cifras “objetivo”, pero con un silencio que no es inocente con relación a las relaciones desiguales de poder.
En este segundo foro cuyo objetivo era interpelar a los candidatos en materia de propuestas de género, y cuyo título fue “Voz de Mujer 2010: Hacia una cultura de igualdad: propuestas de participación laboral y política para el futuro gobierno”, CM intentó rayar la cancha, indicando un conjunto de propuestas concretas para mejorar la participación laboral de la mujer y otras tres, destinadas a incrementar la presencia femenina en política, indicando que se trata de un “piso mínimo” de planteamientos dirigido a los presidenciales. Cabe preguntarse cómo reaccionaron los candidatos, no sólo porque lo que allí se dijo se dirige a la mitad de la población del país sino porque las soluciones que se planteen para erradicar la desigualdad de género señalan la senda por donde podrían transitar las propuestas para enfrentar la flagrante desigualdad que se vive en Chile.
Arrate no se anduvo con rodeos e inició su presentación señalando que coexiste en Chile “un discurso público emancipador e igualitario que choca con una realidad social, cada vez más conservadora y reaccionaria”. Planteó el problema de la igualdad de género en un horizonte histórico y estructural, sindicando al modelo neoliberal como el profundizador de las desigualdades, a lo que no pueden escapar las relaciones de género. Con una presentación bastante integral en términos de los ámbitos a contemplar para lograr una mayor igualdad, su discurso apeló a la multiplicidad de mujeres y su condición social: “populares, clase media, trabajadoras, feministas, rurales e indígenas, entre otras”.
Marco Enríquez-Ominami, por su parte, fue enfático en situar su propuesta en un horizonte de cumplimiento de derechos e igualdad efectiva. Si bien señaló el rol que el Estado tiene en la materia, aludió a la responsabilidad privada y, además, enfatizó la necesidad de que las medidas incorporen también a los hombres como, por ejemplo, las relativas a salas cunas y jardines infantiles.
Frei, por su parte, repitió la idea de que no se “dará un paso atrás” con relación a lo logrado por el actual gobierno y fue el único que planteó la necesidad de que las mujeres trabajen, no solamente en la perspectiva de contribuir a la reducción de la pobreza (discurso que gusta difundir CM) sino en aras de “conquistar su autonomía”. Sin embargo, avanzado su discurso, no evitó caer en el argumento utilitarista acerca de la conveniencia de incorporar más mujeres en los directorios de las empresas porque constituyen garantía de manejo responsable y prudente (tal como se habría demostrado en varios casos, a raíz de la reciente crisis financiera internacional). Anunció algunas medidas efectistas como la del brazalete electrónico para vigilar a los agresores de mujeres y, al igual que Arrate, planteó la necesidad de que la Constitución del Bicentenario consagre algunas garantías constitucionales en materia de igualdad de género. Sin embargo, Frei desaprovechó una oportunidad de oro para recordar que el avance de las mujeres se ha posibilitado gracias a los gobiernos de la Concertación y que, si en algún ámbito no da lo mismo quien gobierne, es justamente en éste. Fue una lástima que no hiciera memoria de que, gracias a la Concertación, ahora los chilenos nacen iguales en dignidad y derechos, las adolescentes embarazadas no pueden ser expulsadas de los colegios, se prohíbe el test del embarazo para postular a un trabajo, se considera la diversidad de hogares (incluyendo la jefatura de hogar femenina) y existe una ley que sanciona la violencia contra la mujer, entre muchos otros logros.
Piñera fue el que mejor navegó por las aguas a las que CM había invitado a zambullirse. Recordando el título de un cursi best-seller que rezaba que “las mujeres son de Venus y los hombres son de Marte”, trató de igualar lo no inigualable al señalar que “todos queremos ser felices” y que ambos experimentan, a distinto nivel, situaciones estresantes. Junto con asumir buena parte de las medidas un tanto “soft” propuestas por CM, ya que no se sitúan en un marco estructural más amplio de las desigualdades de género, es justo reconocer que intenta ir más allá de los límites temáticos que impone dicha organización cuando se muestra partidario de la píldora del día después, corriendo el riesgo de atraer sobre sí las iras del infierno de sus socios de la UDI. Su power point finalizaba con una lámina de la foto Piñera-Morel, cachete con cachete. ¡Insufrible!
Las electoras todas, y no sólo la clientela de CM, tienen la obligación de revisar en detalle las propuestas programáticas de los candidatos en materia de género. De particular importancia es analizar el enfoque utilizado para los diagnósticos de la desigualdad de género porque, en buena medida, de ellos dependen las propuestas que se formulen para enfrentarlos.
En los próximos días tendrá lugar el Segundo Foro de Organizaciones de la Sociedad Civil, organizado por el Observatorio de Género y Equidad, que constituye una nueva oportunidad, no sólo para escuchar las propuestas de los candidatos en la materia sino para que éstos dialoguen con un auditorio femenino más cercano a lo que es el “país real”.
Por María de los Angeles Fernández-Ramil es Directora Ejecutiva Fundación Chile 21 – El Mostrador.
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