Joaquín Lavín fue derrotado en su intento por entrar al Senado. No se sabe cuál será ahora su destino político —si es que tiene aún alguno—. Hace 10 años estuvo a punto de hundir al “trasatlántico” de la Concertación, Ricardo Lagos, y dejó mortalmente herido el clivaje autoritarismo-democracia, lo que esfumó la cómoda ventaja electoral de la que ella disponía desde 1988. Y hace apenas cuatro años, todo indicaba que debía ser elegido Presidente de la República, si las cosas hubiesen seguido su inercia.
Pero no fue así, para desgracia de Lavín. Entre 2000 y 2005 ocurrieron tres cosas. La primera, el éxito del gobierno de Lagos, que con su ritmo endemoniado evitó que se echara de menos a Lavín. Segundo, que éste no encontró un lugar donde pasar confortablemente la espera hasta las próximas elecciones presidenciales: la alcaldía de Santiago fue su Stalingrado. Y tercero, que se le apareció Michelle Bachelet, quien le expropió su novedad, su lógica y su carisma.
De ahí que, ad portas de la elección presidencial de 2005, los partidarios de la Alianza fuesen corroídos por la duda de si Lavín daba el ancho para hacerse de la mayoría. Lagos había abierto una nueva etapa, y Lavín ya no tenía el atractivo de antaño. Esto lo percibió sagazmente Sebastián Piñera —quien de oportunidades sabe— y, con Lavín herido en el ala, sintió que había llegado su hora. Luchó —no con mucho ahínco, a decir verdad— por ganarle a Bachelet. Pero su real objetivo era enterrar al lavinismo e imponerse estratégicamente sobre la UDI. Y lo consiguió plenamente. Perdió la presidencial, pero hundió a Lavín. Así, quedó en la pole position para 2009, e inmunizado ante las críticas por sus conflictos de interés o los vínculos entre política y negocios, como se confirmó en la campaña ese año.
Piñera está hoy en una posición espectable para ganar el 17 de enero. Pero su éxito va aún más allá: fundó una nueva derecha, el piñerismo. Una derecha que hace aspavientos de haber estado con el “No”; que no reniega del Estado ni de la protección social; que asume las uniones entre homosexuales y atrae a los jóvenes; en fin, una derecha ya no sólo post-Pinochet, sino post-UDI.
El símbolo de esta ruptura fue precisamente la derrota de Lavín en su intento de resucitar, vencido otra vez por Piñera. Por esto se justifica el duelo de la UDI: bajo el piñerismo, ha muerto su hegemonía sobre la derecha chilena.
Con el piñerismo nace también un nuevo tipo de liderazgo en la política chilena, el cual va a dar que hablar. Él no representa la típica figura del político, cuya trayectoria está marcada por diferentes roles, pero siempre en el ámbito público. Él está en múltiples actividades, en especial en cuatro que excitan la imaginación de la gente: los viajes, el fútbol, la TV y la política. Transpira éxito y optimismo, a diferencia de los políticos tradicionales, que creen que es mejor mimetizarse con las miserias de la gente. Muestra su riqueza como prueba de su empuje, de sus méritos, de su capacidad individual, no de sus privilegios. Y transforma el antiguo problema del conflicto de intereses en el don posmoderno de la ubicuidad. Como si fuera natural, Piñera es a la vez empresario y político, candidato y filántropo, hombre de Estado y patrón de la farándula, hincha de la UC y accionista de Colo Colo. Él está más allá de los roles tradicionales: es único; es una celebridad.
Con el piñerismo se ha roto una anomalía de la democracia chilena, como era tener una derecha controlada por los hijos del ancien régime. Es otro logro, quizás entre los primeros del ranking en el memorial de la Concertación.
Por Eugenio Tironi – BLOGs. Emol
.
viernes, 8 de enero de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario