Esta vez la senadora Clinton no alcanzó a ser la madre elegida de su pueblo, pero logró que los pilares de su programa fueran incluidos en la plataforma ideológica de su contendor, el senador Obama.
Por ahora, el proceso de adoptar a la fuerza al pueblo de EEUU está estancado en espera de nuevos trámites. Desde tierna edad, la senadora Hillary Clinton aspiraba a cuidar de un lote de estadounidenses. En su búsqueda de la jefatura del hogar aguantó derrotas y humillaciones impensables. Sacrificó su carrera mientras su cónyuge armaba la suya, regaló su voto para invadir Irak con información falsa sólo cuidando su imagen patriótica, perdonó en vivo la intromisión en su vida privada y se sometió a una trastornada estrategia mediática que la exponía como nueva mujer de hierro.
En el país que casi inventó la competencia y la debida meritocracia, hace meses que se venía presionando a la senadora para bajarse, obviando que tiene casi la mitad del apoyo de los simpatizantes de su partido. El argumento más efectivo -además del "desgaste" de una primaria prolongada- fue repetir que peligraba "la unidad del Partido Demócrata" por la "polarización" de los seguidores. No se trata de una lucha ideológica -no existe-, sino el choque de dos cultos o, en palabras criollas, del culto al cacique. La casi nula diferencia entre los programas de los candidatos rápidamente los convirtió a ambos en caricaturas políticas que se clasificaban según conceptos básicos de la índole hombre-afroamericano-mirando-hacia-el-futuro o mujer-blanca-con-experiencia.
Aunque se supone que en EEUU se puede vivir el sueño americano y el color de la piel ya no cuenta, el racismo latente subió a la palestra con las estadísticas de los adherentes de cada candidato. Se dice que los fanáticos de Obama son jóvenes, blancos, profesionales y parte del mundo más cosmopolita, mientras los de Clinton, de clase trabajadora, mayores, latinos y mujeres. Se habló de la campaña por "la identidad", algo muy chic, porque se puede teorizar sin fin en el tema.
Pero el peso de ser una campaña "histórica" (por el solo hecho de catapultar a la primera mujer o el primer afroamericano a la Presidencia) contrasta con las cifras de las encuestas. La gran mayoría de la comunidad afroamericana apoya a Obama, mientras otra gran cantidad del mundo blanco se inclina por Clinton. La mayoría del país no pertenece a la high society. Hace un año y medio, se intuía que Clinton estaba más a la izquierda que Obama. Sus dos pilares, salud pública gratuita y educación preescolar universal, sólo fueron recogidos por Obama la noche que se proclamó candidato presidencial demócrata. Estos temas vendrían a paliar el sufrimiento en la clase trabajadora, sin excepción de su bagaje cultural. Que Obama haya mostrado con fuerza su disposición a incluir la parte más relevante del programa de Clinton indica que la negociación comenzó tras bambalinas. No cabe duda de que tras el circo mediático yace la relevancia del Partido Demócrata. Si bien no pudieron quitarle la Presidencia a Bush en 2004 (cuando los sentimientos anti-guerra estaban a flor de piel) se conformaron con nuevos peldaños en el Congreso, ganados por centristas más que por progresistas que en muchos casos se alinearon con los republicanos. En el Senado es más precario, al no existir una mayoría clara y cómoda.
La altamente escandalosa batalla entre Obama y Clinton frena la pésima evaluación del partido en particular y la política en general, y logra llenar a un ritmo envidiable las arcas de las campañas y el partido, fondos que hoy podrían ser destinados a pagar las millonarias deudas de la campaña de Clinton. Con todo, la contienda ha asegurado que las bases y nuevos adherentes están armados con las ganas para instalar a un demócrata en la Presidencia. No obstante, el cálculo político siempre ha tomado en cuenta que ni un joven mitad kenyano o una mujer como Clinton podrían ganar la máxima jefatura sin la ayuda de los partidarios de cada uno. Y gracias a que Cheney hizo de la vicepresidencia un lugar poderosísimo del Ejecutivo, se especula que Clinton puede ir en collera con Obama.
Éste tiene dos posibilidades: intentar persuadir a los votantes del centro, llamados reagan-democrats (estrategia exitosa para Bill Clinton) o puede extender la mano hacia nuevos votantes, expandiendo el mercado de los votos. Ninguna de las dos están garantizadas de funcionar. Tanto se han recalcado los elementos superficiales de ambos que la percepción del público quizá no aguante una salida innovadora. Al encasillarlos en meras categorías impermeables y sólidas, su radio de acción se ve tristemente reducido.
Y ya que el momento de euforia pasó, ahora Obama tiene la tarea de convencer a EEUU de que no sólo puede ser Presidente sino que puede aguantar la tentación del camino más fácil, el de la simple retórica. Esta vez Clinton no alcanzó a ser la madre elegida de su pueblo, pero logró que los pilares de su programa fueran incluidos en la plataforma ideológica de Obama. Y esas son las razones de Hillary.
Fuente: Por Montserrat Nicolás - La Nación.
Por ahora, el proceso de adoptar a la fuerza al pueblo de EEUU está estancado en espera de nuevos trámites. Desde tierna edad, la senadora Hillary Clinton aspiraba a cuidar de un lote de estadounidenses. En su búsqueda de la jefatura del hogar aguantó derrotas y humillaciones impensables. Sacrificó su carrera mientras su cónyuge armaba la suya, regaló su voto para invadir Irak con información falsa sólo cuidando su imagen patriótica, perdonó en vivo la intromisión en su vida privada y se sometió a una trastornada estrategia mediática que la exponía como nueva mujer de hierro.
En el país que casi inventó la competencia y la debida meritocracia, hace meses que se venía presionando a la senadora para bajarse, obviando que tiene casi la mitad del apoyo de los simpatizantes de su partido. El argumento más efectivo -además del "desgaste" de una primaria prolongada- fue repetir que peligraba "la unidad del Partido Demócrata" por la "polarización" de los seguidores. No se trata de una lucha ideológica -no existe-, sino el choque de dos cultos o, en palabras criollas, del culto al cacique. La casi nula diferencia entre los programas de los candidatos rápidamente los convirtió a ambos en caricaturas políticas que se clasificaban según conceptos básicos de la índole hombre-afroamericano-mirando-hacia-el-futuro o mujer-blanca-con-experiencia.
Aunque se supone que en EEUU se puede vivir el sueño americano y el color de la piel ya no cuenta, el racismo latente subió a la palestra con las estadísticas de los adherentes de cada candidato. Se dice que los fanáticos de Obama son jóvenes, blancos, profesionales y parte del mundo más cosmopolita, mientras los de Clinton, de clase trabajadora, mayores, latinos y mujeres. Se habló de la campaña por "la identidad", algo muy chic, porque se puede teorizar sin fin en el tema.
Pero el peso de ser una campaña "histórica" (por el solo hecho de catapultar a la primera mujer o el primer afroamericano a la Presidencia) contrasta con las cifras de las encuestas. La gran mayoría de la comunidad afroamericana apoya a Obama, mientras otra gran cantidad del mundo blanco se inclina por Clinton. La mayoría del país no pertenece a la high society. Hace un año y medio, se intuía que Clinton estaba más a la izquierda que Obama. Sus dos pilares, salud pública gratuita y educación preescolar universal, sólo fueron recogidos por Obama la noche que se proclamó candidato presidencial demócrata. Estos temas vendrían a paliar el sufrimiento en la clase trabajadora, sin excepción de su bagaje cultural. Que Obama haya mostrado con fuerza su disposición a incluir la parte más relevante del programa de Clinton indica que la negociación comenzó tras bambalinas. No cabe duda de que tras el circo mediático yace la relevancia del Partido Demócrata. Si bien no pudieron quitarle la Presidencia a Bush en 2004 (cuando los sentimientos anti-guerra estaban a flor de piel) se conformaron con nuevos peldaños en el Congreso, ganados por centristas más que por progresistas que en muchos casos se alinearon con los republicanos. En el Senado es más precario, al no existir una mayoría clara y cómoda.
La altamente escandalosa batalla entre Obama y Clinton frena la pésima evaluación del partido en particular y la política en general, y logra llenar a un ritmo envidiable las arcas de las campañas y el partido, fondos que hoy podrían ser destinados a pagar las millonarias deudas de la campaña de Clinton. Con todo, la contienda ha asegurado que las bases y nuevos adherentes están armados con las ganas para instalar a un demócrata en la Presidencia. No obstante, el cálculo político siempre ha tomado en cuenta que ni un joven mitad kenyano o una mujer como Clinton podrían ganar la máxima jefatura sin la ayuda de los partidarios de cada uno. Y gracias a que Cheney hizo de la vicepresidencia un lugar poderosísimo del Ejecutivo, se especula que Clinton puede ir en collera con Obama.
Éste tiene dos posibilidades: intentar persuadir a los votantes del centro, llamados reagan-democrats (estrategia exitosa para Bill Clinton) o puede extender la mano hacia nuevos votantes, expandiendo el mercado de los votos. Ninguna de las dos están garantizadas de funcionar. Tanto se han recalcado los elementos superficiales de ambos que la percepción del público quizá no aguante una salida innovadora. Al encasillarlos en meras categorías impermeables y sólidas, su radio de acción se ve tristemente reducido.
Y ya que el momento de euforia pasó, ahora Obama tiene la tarea de convencer a EEUU de que no sólo puede ser Presidente sino que puede aguantar la tentación del camino más fácil, el de la simple retórica. Esta vez Clinton no alcanzó a ser la madre elegida de su pueblo, pero logró que los pilares de su programa fueran incluidos en la plataforma ideológica de Obama. Y esas son las razones de Hillary.
Fuente: Por Montserrat Nicolás - La Nación.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario