Hubo un tiempo glorioso para las letras de Latinoamérica, muy penoso para su pueblo, en el que los dictadores campeaban a sus anchas. Civiles, militares, sanguinarios, ilustrados... Los había para todos los gustos: Porfirio Díaz, Trujillo, Duvalier, Stroessner, Somoza, Pinochet... Y todos tuvieron algo en común, fueron carne de ficción. Y de la buena.
Estrafalarios tiranos de opereta que hicieron de la violencia y el esperpento su sistema de gobierno. No en vano fue Valle Inclán el que dio el pistoletazo de salida con 'Tirano banderas' (1923) a un subgénero, el de la novela de dictadores, que iba a dar mucho de sí. A él se adhirieron gustosos los grandes maestros, desde Alejo Carpentier ('El recurso del método') y Miguel Ángel Asturias ('El señor presidente') a Augusto Roa Bastos ('Yo el supremo'), Vargas Llosa ('Conversación en La Catedral', 'La fiesta del chivo') y García Márquez (El otoño del patriarca).
Sin embargo, hoy esa tradición ha perdido fuelle y no porque falten modelos. Si de dictadores en sentido estricto sólo quedan los hermanos Castro, son muchos los actuales dirigentes latinoamericanos los que ha heredado, por el rodeo de las urnas, las malas maneras de los viejos tiranos: Chávez, Uribe, Zelaya, Ortega, Correa... para no recordar a Fujimori, Menem, etcétera. Ahora, en plena reedición de la bronca Chávez-España, cinco escritores latinoamericanos responden a nuestra pregunta: ¿Qué líder político del continente se presta más para resucitar el género?
"Alguno de estos políticos nuestros no desentonaría en una saga familiar: 'Cien años de satrapía', o algo así", dice Juan Gabriel Vásquez.El peruano Alonso Cueto no lo duda. «Retrataría a Chávez que es una figura estrafalaria. Al igual que Evo Morales, ha confundido el país con su persona. Esa idea de personificar a un país, típica de los dictadores, es de una mitomanía incalculable. El problema es que se trata de un personaje cómico, incluso ridículo, pero no trágico», explica, cosa que le restaría puntos. Y Cueto sabe de lo que habla porque ya se encaró con Fujimori y su siniestro hombre de confianza, Vladimiro Montesinos, en 'Grandes miradas'.
Su paisano Santiago Roncagliolo coincide con Cueto tanto en el personaje como en sus pegas. «Yo escogería a Hugo Chávez, pero no por autoritario sino por razones histriónicas. Canta, baila, vocifera, dice palabrotas. Tampoco sería una novela de tiranos en el sentido clásico. Saldría más una comedia», señala con acidez.
En esa línea también se ubica el colombiano Juan Gabriel Vásquez, que aunque no da nombres, pero sí alusiones bastantes claras. De lo que duda el autor de 'Historia secreta de Costaguana' es del género. «Alguno de estos políticos nuestros no desentonaría en una saga familiar: 'Cien años de satrapía', o algo así. A otro lo veo más en la ciencia ficción, porque puede predecir el futuro: una vez dijo que va a seguir en el poder hasta el 2031», dice Vásquez, en referencia a la célebre amenaza de Chávez de perpetuarse por decreto hasta esa fecha.
La narradora y poeta hispano uruguaya Cristina Peri Rossi, en cambio, prefiere un tirano mucho más sólido, de los de la vieja escuela. «Falta por escribir la novela de Videla, porque ha sido un militar católico, convencido de que practicaba 'El Bien' y combatía 'El Mal'. Recibía la comunión y leía La Biblia, mientras desde los aviones lanzaban a los prisioneros torturados al mar. Su mujer, por lo demás, adoptaba a niños hijos de mujeres muertas en tortura convencida, también, de que practicaba 'El Bien'. Estos universos tan polarizados me parecen fascinantes», explica.
Daniel Ortega, un clásico. | Efe
Jorge Volpi también se decanta por un personaje más cercano, aunque no le quita méritos a Chavéz. A falta de verdaderos dictadores, el autor de 'El insomnio de Bolívar' reconoce que el que mejor se adaptaría al género entre los «muchos caudillos democráticos» sería el venezolano. «Sin embargo, más que Chávez –la figura paradigmática–, a mí, como mexicano, me parece más interesante una novela o una biografía sobre Carlos Salinas de Gortari y su familia, el gran villano de nuestra historia reciente», confiesa.
¿Y no se nos queda nadie olvidado por esta abrumadora fascinación por el chavismo? "Chavez está bastante bien para una novela", explica el poeta y periodista cubano Raúl Rivero (que de tiranos sabe más que nadie). "Desde luego, es más inspirador que Raúl Castro, que Evo Morales o que Correa, que son personajes bastante planos. Los Kirchner tienen más interés, desde luego. Pero yo escogería a Daniel Ortega, por todo ese asunto tan oscuro de sus pasiones y sus amores". No hay que dar mas detalles, mejor guardarlos para 'esa novela' que aún está por escribir.
Así las cosas: con Chávez haciendo de las suyas y tantos otros modelos igualmente válidos, ¿porqué agoniza hoy la novela de dictadores? «Es que los tiranos ya no son lo que eran. Pinochet era un psicópata asesino. Videla secuestraba niños. Trujillo se acostaba con las mujeres de sus esbirros. Los de ahora no hacen nada de eso. Hasta se someten a elecciones, incluso democráticas», responde Roncagliolo con malicia.
Pero cada narrador lo explica a su manera: «Porque las nuevas generaciones sienten un profundo desencanto, cuando no asco, frene a la política; y porque desde la llegada de las democracias son los politólogos quienes se ocupan del análisis político que antes llevaban a cabo los escritores de ficción», dice Volpi. En cambio, Vásquez lo interpreta como una muerte natural del género por simple agotamiento. «Si uno cree, como creo yo, que la literatura funciona mejor cuando echa luz sobre zonas oscuras, cuando explora lo que nadie ha explorado, no tiene mucho sentido volver a escribir 'El recurso del método', ya no digamos 'El otoño del patriarca'».
Para Cueto se debe a que «la corrupción y la violencia se han extendido por las sociedades», y hoy los narradores latinoamericanos ya no necesitan centrar la mirada en los dictadores, que antes las monopolizaban, para dar cuenta de ellas. «Hay otros personajes en el escenario social como los arribistas, los racistas, los narcotraficantes, los nuevos yuppies, que han reemplazado a los dictadores como emblemas de la sociedad», dice el peruano.
Todos coinciden en que la novela de tiranos ya no encandila a las plumas más ambiciosas, aunque la dimensión política en la narrativa latinoamericana siga siendo determinante. «En un sentido amplio, todo es política, desde la manera de comprar o hacer el amor al empleo del tiempo. De modo que en América Latina se hace literatura política, pero no con temas estrictamente políticos», explica Peri Rossi. Y Vásquez completa esa misma idea: «En otras palabras: ya no hay políticos en las novelas políticas. Hay vidas privadas arrastradas por las consecuencias de eso que llamamos la vida pública. Y tal vez así sea más interesante».
Un cambio de tendencia narrativa del que quizá el único perjudicado sea Chávez, el dirigente venezolano que parece pedir a gritos un virtuoso narrador que convierta sus dudosas proezas en una implacable y magistral novela. Como las de antes...
Fuente: El Mundo.es.
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1 comentario:
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