"...Especulando, porque todo esto son sólo especulaciones, podría pensarse que Fidel no quiere reconocer públicamente que ya no sólo está disminuido físicamente, sino también comienza a estarlo políticamente... Pero quizá estemos frente a un juego más sutil, como el de las grandes ligas, donde el premio mayor sea condicionar el futuro de las relaciones con Estados Unidos y Venezuela.
Para algunos sería un juego de suma cero, en el cual si nos acercamos a Washington pierde Caracas y viceversa. ¿Quiénes son en Cuba los defensores de potenciar las relaciones con los Estados Unidos de Obama y quiénes los fervientes defensores de la revolución bolivariana o de una posible confederación de Cuba y Venezuela?"
La primera lectura de los cambios realizados en la cúpula del gobierno cubano, que implicaban el alejamiento forzoso de Felipe Pérez Roque y Carlos Lage, entre otros, hacía pensar en un reforzamiento del poder personal de Raúl Castro frente a la alargada sombra de su hermano Fidel. Las cosas parecían relativamente claras, ya que en paralelo a los ceses se anunciaba la promoción de varios generales más a los actualmente presentes en la primera línea gubernamental, lo que hablaría del peso creciente de la institución castrense en la política cubana. Sin embargo, los análisis al uso comenzaron a ser insuficientes a partir del momento en que entró en escena Fidel y lo que parecía evidente se hizo confuso.
Más allá de la castrología (ciencia o disciplina que intenta interpretar o adivinar todo lo que sucede en las bambalinas del poder cubano), en estos sucesos se mezclan y se ponen en juego demasiadas cuestiones, todas de envergadura. Entre ellas, el equilibrio del poder y el liderazgo, la capacidad de mando de Raúl, la verdadera influencia de Fidel, la dirección y la velocidad del cambio en Cuba, el papel del ejército y del Partido Comunista en un escenario post Fidel, y las relaciones con Estados Unidos, Venezuela, América Latina y el resto del mundo.
En poco tiempo las esperanzas de cambio depositadas en la sustitución fraternal de la cúpula se vieron frustradas. Más allá de algunas modificaciones cosméticas, la senda reformadora marcada por los primeros pasos del más joven de los hermanos Castro fue abandonada. Esta vez el paso atrás para dar posteriormente otros dos adelante no se debió a la acción deletérea del enemigo extranjero sino a la furia de la naturaleza. Los destrozos causados por los huracanes sirvieron de excusa para frenar en seco cualquier vocación aperturista que cuestionara el statu quo.
La omnipresencia de Fidel Castro explicaba, en parte, esta situación. Pese a su mayor distancia del poder y su mermado estado físico seguía librando su particular batalla de las ideas con el propósito de defender hasta la extenuación la ortodoxia revolucionaria. La idea de que si alguien se movía no salía en la foto estaba clara para los principales actores políticos y, a lo más, asistíamos a algunos combates soterrados entre las diferentes facciones que parecían percibirse pero que no se mostraban claramente, como los talibanes y los aperturistas.
Por eso, la separación simultánea de Lage y Roque parecía no sólo un paso en la dilatada construcción del poder raulista, sino también un serio intento de no granjearse la oposición clara de ambos sectores. Dicho en román paladino, una de cal y otra de arena, intentando no pisar simultáneamente todos los callos de un mismo pié. Pese a ello, había un común denominador en el historial de los dos dirigentes defenestrados y era su gran cercanía a Fidel Castro.
De ahí que llamara la atención la calificación de “cambios sanos en el Consejo de Ministros” con la que Fidel comenzó su última homilía periódica. Los argumentos y adjetivos utilizados no tienen desperdicio, en un artículo que combina el análisis de la crisis ministerial con el desenlace de las Grandes Ligas de baseball, en el que los deportistas cubanos pueden derrotar a la Venezuela bolivariana sin que Chávez sepa por qué. Desde su perspectiva no se trató de un relevo de los “hombres de Fidel” por los “hombres de Raúl”, al ser imposible tal cosa y agrega que nunca nominó a “la mayoría de los que fueron reemplazados”, que “casi sin excepción llegaron a sus cargos propuestos por otros compañeros de la dirección del Partido o del Estado. No me dediqué nunca a ese oficio”.
Lo que en realidad pasó, según su interpretación, fue que “Ninguno de los dos mencionados por los cables como más afectados, pronunció una palabra para expresar inconformidad alguna. No era en absoluto ausencia de valor personal. La razón era otra. La miel del poder por el cual no conocieron sacrificio alguno, despertó en ellos ambiciones que los condujeron a un papel indigno. El enemigo externo se llenó de ilusiones con ellos”. ¿Por qué tanto ensañamiento con el árbol caído? ¿Es cierta la indignidad de quiénes se presentaban como disciplinados militantes y, como ocurría con Pérez Roque, mostraban la cara más desagradable del régimen? ¿De dónde viene la ilusión que el enemigo externo haya podido tener con su gestión?
Especulando, porque todo esto son sólo especulaciones, podría pensarse que Fidel no quiere reconocer públicamente que ya no sólo está disminuido físicamente, sino también comienza a estarlo políticamente. De ahí su alusión a que fue consultado en el nombramiento de los nuevos ministros, pese a no existir ninguna norma que obligue a tal cosa. De alguna manera podríamos estar asistiendo al reconocimiento de su impotencia en este tramo final de su liderazgo. Pero quizá estemos frente a un juego más sutil, como el de las grandes ligas, donde el premio mayor sea condicionar el futuro de las relaciones con Estados Unidos y Venezuela. Para algunos sería un juego de suma cero, en el cual si nos acercamos a Washington pierde Caracas y viceversa. ¿Quiénes son en Cuba los defensores de potenciar las relaciones con los Estados Unidos de Obama y quiénes los fervientes defensores de la revolución bolivariana o de una posible confederación de Cuba y Venezuela?
Todas estas elucubraciones tienen mucho que ver con la lucha por el poder y con ejercicios de estrategia geopolítica, pero poco con la búsqueda de la democracia y los intereses del pueblo cubano. Pese a ello, las mismas no se pueden perder de vista. La historia, la misma que absuelve, enseña que en Cuba cuando las cosas pueden mejorar siempre sucede algo que las empeora. Recordemos el incidente de los aviones de los “hermanos al rescate” derribados por la aviación cubana cuando Clinton quería acabar con el embargo. ¿Qué sorpresa nos aguardará próximamente a la vista de los intentos aperturistas de Obama? Por eso no debe descartarse en absoluto algún brusco giro de timón que nos reconduzca a esa intransigencia en la que tan cómodos se sienten quienes siempre han vivido en ella.
Por Carlos Malamud - Especial para Infolatam
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jueves, 5 de marzo de 2009
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