Los bicentenarios de las independencias iberoamericanas puede ser la oportunidad
Con la manifiesta excepción de Cuba y Puerto Rico que permanecerían bajo control español hasta 1898, el contacto efectivo entre España e Hispanoamérica cesa a partir de la batalla de Ayacucho en 1825. A partir de ese momento España se va de la región para no saberse más de ella como factor de influencia, por casi 170 años. De hecho, a lo largo del resto del siglo XIX y gran parte del siglo XX, España tendrá un menú completo de problemas en el plano doméstico como para preocuparse por mantener algún tipo de presencia efectiva en América Latina. Su vacío será llenado por otros. Inicialmente por Gran Bretaña y luego por Estados Unidos. No faltará, desde luego, el impulso depredador francés en tiempos de Napoleón III.
De las dos partes quien mayor conocimiento mantendrá con respecto a la otra será con mucho Iberoamérica. Las migraciones políticas y económicas provenientes de España, a finales del XIX y durante la primera mitad del XX, permitieron incorporar a los nuevos llegados como parte de nuestro acervo humano. El inconmensurable aporte en disciplinas del conocimiento realizado por la inmigración Republicana no sólo nos enriqueció como sociedades, sino que permitió superar en importante medida los prejuicios subyacentes hacia lo español. La laboriosidad de los inmigrantes económicos, de su lado, resultó un aporte fundamental para nuestro crecimiento económico.
En la balanza de las relaciones recíprocas Hispanoamérica era el elemento más fuerte, pues era el componente anfitrión dentro del proceso migratorio. Sin embargo, dicho proceso no podía sentar las bases para una verdadera interacción entre las dos riberas del Atlántico hispano pues quienes llegaban a los pueblos y ciudades de América Latina lo hacían cercenando vínculos con la sociedad originaria y dispuestos a integrarse a la sociedad anfitriona.
Hubo que esperar a la década de los noventa del siglo pasado, para que una verdadera interacción tuviese finalmente lugar. Y lo hará cabalgando sobre las grandes empresas españolas. Este fenómeno coincidirá con una clara inversión de los flujos migratorios. De la noche a la mañana España reencontrará a América Latina y lo hará bajo una posición de fortaleza. De manera casi natural la reserva de memoria histórica española, en relación a Hispanoamérica, habría de ubicarse en los tiempos previos a la independencia de aquella región del mundo. ¿De qué otra manera podía contextualizarse la interacción con unos pueblos con quienes el último contacto efectivo se remontaba a comienzos del siglo XIX y de quienes, por lo demás, se conocía tan poco?
Tras el reencuentro, España reivindicará el derecho al mejor conocimiento sobre Hispanoamérica ante sus congéneres europeos. Apelará para ello a la historia y a la lengua. El problema derivaba, desde luego, de la naturaleza misma de la historia conocida. Ha llegado la hora de que España e Iberoamérica se aproximen, reconociendo la distancia en el tiempo que las ha separado y las grandes implicaciones que ello ha aparejado. La celebración de los bicentenarios de las independencias iberoamericanas, a partir del próximo año, puede transformarse en la oportunidad adecuada para estudiarnos y comprendernos con sentido de humildad.
Por Alfredo Toro Hardy - Fuente: Diario Hispano Venezolano.
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