Como ninguna otra pareja presidencial, han mezclado la política con el romanticismo, y han sabido lidiar con el poder. A un año de asumir el mando, reproducimos los párrafos más reveladores de este reportaje que mostró al mundo la intimidad del Presidente de Estados Unidos y su esposa.
Otro anochecer en Washington, otra caravana, otra velada íntima a vista del público. El 3 de octubre, un día después de su fallida postulación para los Juegos Olímpicos que se llevó a cabo en Copenhague, Barack y Michelle Obama se escaparon a un restaurante en Georgetown para tener una de sus ahora familiares citas nocturnas: esta vez, para celebrar su 17º aniversario de matrimonio. Como sucede con sus anteriores salidas, incluso las fotografías oscuras que tomaron los transeúntes y subieron a la red se veían glamorosas: él sin corbata, de traje; ella con un vestido sin espalda.
La tradición de las citas nocturnas de los Obama data de los días en que el Presidente pasaba la mitad de su tiempo en Springfield, Illinois, y se reunía el fin de semana con su esposa. Cinco días antes de que tuviera su cena de aniversario, el Presidente lamentó lo que ha pasado con estas salidas.
"Yo diría que la vez, durante el tiempo que llevamos aquí en la Casa Blanca hasta la fecha, que me ha molestado fue cuando llevé a Michelle a Nueva York y hubo personas que convirtieron esto en un tema político", respondió el Mandatario, al recordar la velada cuando volaron a Nueva York para acudir a una cena y un espec-
táculo, provocando los sarcasmos republicanos por gastar dinero federal en su entretención.
Estuvimos en el Salón Oval, casi 40 minutos de conversación sobre el tema de su matrimonio. Ante la presencia de tres asesores y el retrato de George Washington de Gilbert Stuart, los dos hablaron del impacto de la Presidencia en su relación y el hacerlo en ese entorno -estábamos en el salón que resume el poder oficial, conversando sobre el tema sumamente no oficial de las citas- empezó a parecer como una metáfora.
"Si yo no fuera Presidente, me encantaría tomar el avión con mi esposa para llevarla a un espectáculo de Broadway, como le había prometido durante la campaña, y no habría ninguna queja ni pelea y ningún fotógrafo", expresó. "Eso me agradaría enormemente". Y continuó: "La idea de que no pudiera tener una cita con mi esposa sin que fuera un tema político no fue algo que me gustara".
Todo se vuelve político aquí, indicó mostrando la sala.
Los Obama mezclan política y romanticismo en una forma que ninguna pareja presidencial lo ha hecho antes. Hace casi 10 meses, arrasaron en Washington con las celebraciones de la investidura: él caminó a paso largo por un pasillo y prestó juramento, ella llevaba un largo vestido blanco, la juvenil pareja se desplazó al ritmo de una canción de amor en el primer baile ceremonial y luego se estableció en su nueva casa. Desde entonces, las imágenes después de la fotografía oficial de la Casa Blanca han mostrado a los Obama mirándose a los ojos mutuamente mientras realizan una u otra función oficial. Aquí hay una foto de ellos entrando a la recepción del Cinco de Mayo, el brazo de él en torno a la espalda de ella a modo protector. Al lado, una foto del Presidente besando a su esposa en la mejilla después de su discurso sobre salud ante el Congreso. Versiones de éstas y otras fotografías tamaño póster se exhiben alternadamente a lo largo de los pasillos de la Casa Blanca. Es difícil pensar en otro lugar de trabajo decorado con tal evidencia de afecto entre los moradores principales.
La gran importancia del matrimonio Obama en la marca política del Presidente abre un nuevo capítulo en el debate que ha repasado su unión, e incluso ha contribuido a definirla. Desde que él empezó a postular a un cargo público en 1995, ambos nunca han dejado realmente de luchar por encontrar el modo de combinar política y matrimonio: cómo manejar las largas ausencias, la falta de privacidad, los roles de género convencionales y las reglas generalmente frustrantes que surgen cuando la opinión pública llega a ejercer presión sobre las relaciones privadas.
A lo largo del camino, reconsideraron algunas de las normas sobre cómo se supone que actúe un político y su esposa. Hablaron más francamente sobre el matrimonio que lo que generalmente hace una mayoría de parejas ilesas, en especial aquellas que postulan a un cargo. ("Todo el mundo sufre golpes siempre, y son continuos", me dijo la Primera Dama con una expresión de 'seamos realistas', al conversar sobre el punto más bajo en su matrimonio). Se supone que las esposas de candidatos se sientan alegremente a presenciar las apariciones de sus esposos. Pero después de contribuir en la primera campaña senatorial de su marido en 1996, Michelle en gran medida se mantuvo lejos de la política por años, volviéndose a involucrar de lleno sólo en la campaña presidencial. Como resultado, ella probablemente tiene registradas menos horas totales de estar presente durante el discurso del marido que una mayoría de sus predecesoras recientes. Incluso la cualidad de hacer el máximo esfuerzo que explica el ascenso del Presidente se puede leer como un intento de saltar por sobre las fuerzas que desgastan los matrimonios políticos. Las personas que enfrentan demasiadas exigencias -dos carreras, dos hijos- a menudo se debilitan en cierto modo. Los Obama se fortalecieron.
"Ésta es la primera vez en mucho tiempo en nuestro matrimonio que hemos vivido los siete días de la semana en la misma casa con el mismo horario, con la misma serie de rituales", señaló Michelle. (Hasta noviembre pasado no habían compartido el mismo techo a tiempo completo desde 1996, dos años antes que naciera Malia). "Para mí esto ha sido un alivio como jamás imaginé".
La pareja ahora pasa más tiempo reunida que en casi cualquier otro momento desde sus primeros años juntos. Muy a menudo, ven a Malia y Sasha cuando parten al colegio, hacen ejercicios juntos y no empiezan sus itinerarios públicos hasta las 9 o incluso las 10 de la mañana
Ambos son también un equipo político más fusionado que nunca antes, sin ninguna otra labor que los distraiga, ninguna duda sobre el valor de la actividad que los inquieta. La suya no es de ningún modo una copresidencia; asesores señalan que la Primera Dama está poco involucrada en la reforma bancaria, el desarme nuclear o la mayoría de los otros temas que dominan las jornadas de su marido. Pero sus objetivos están cada vez más entrelazados, puesto que Michelle expresa su opinión sobre la reforma de salud, reflexiona en privado sobre los nominados para la Corte Suprema con el Presidente y sirve como su consejera en lo que tiene que ver con la opinión pública y el personal.
Interpretar el matrimonio de alguien -el de un vecino, menos aún el del Presidente- es extremadamente difícil. Y, sin embargo, al examinar la relación de la primera pareja de la nación -sus conversaciones de la vida pública y privada, de los conflictos y concesiones-, ésta ofrece indicios sobre Barack Obama el Presidente, no sólo el esposo. Mucho antes que un sinnúmero de estadounidenses, Michelle fue seducida por la mente de él, su encanto, su promesa de transformación social; mucho antes que asumiera como Mandatario, ella dudaba si él realmente podría cumplir todas sus promesas serias. Por casi dos décadas, Michelle ha vivido con el Presidente de Estados Unidos. Ahora el resto de nosotros también lo hace.
En los anales de las parejas presidenciales, los Obama tienen un parecido más que leve con los Clinton: una pareja de abogados, el hijo exitoso por esfuerzo propio de un padre ausente y una esposa que a veces ponía las ambiciones de su marido por delante de las propias. Pero a diferencia de Bill Clinton, quien convirtió a su esposa en una inverosímil habitante de Arkansas, Obama se instaló él mismo en el territorio de su esposa. Y si bien el matrimonio Clinton al parecer se forjó sobre la base de creencias compartidas sobre la promesa de la política, la unión de los Obama ha sido un debate de décadas sobre si la política podría ser una vía eficaz para el cambio social. Mientras era organizador comunitario, el propósito de Barack era presionar a las autoridades elegidas para que actuaran. Su esposa, que era más escéptica de los políticos, trataba de evitarlos: cuando ella aceptó un empleo para promover técnicas de organización comunitaria, se centró en lo que los barrios podrían lograr sin la ayuda de ellos.
Como candidato novato, era rígido; los amigos lo recuerdan conversando con los votantes con los brazos cruzados, como a la defensiva. Michelle entusiasmaba a todos, también a su marido. "Ella es realmente Bill, y él es realmente Hillary", indicó un amigo hace poco. Pero al igual que Hillary Clinton -y otras innumerables esposas de políticos-, Michelle a veces asumía el rol de exigente. Si un voluntario prometía reunir 300 firmas, "299 no funcionaban porque la meta eran 300", cuenta Carol Anne Harwell. "Te enfrentabas a la ira de Michelle".
Él aprendería a abrirse paso en el Senado del estado, pero sus primeras iniciativas no tuvieron suerte: los republicanos tenían el control, la legislación que él presentaba ni siquiera la escuchaban e incluso algunos demócratas lo fastidiaban por su nombre.
Aunque la carrera de Barack no estaba caminando como él esperaba, su esposa no parecía resuelta sobre lo que quería hacer profesionalmente. Había asumido un nuevo cargo como organizadora de voluntarios estudiantiles en la Universidad de Chicago. Después de ser madre en 1998, se sintió tentada a permanecer en casa, pero al igual que muchas cónyuges políticas, sintió la presión financiera para trabajar.
"Michelle decía: 'Bueno, ¿estás afuera todo el tiempo y estamos quebrados?'", recordó el Presidente cuando hablé con ambos. "'¿Es eso un buen negocio?'".
Además de servir en Springfield y ser profesor de derecho, Barack Obama estaba haciendo su primer esfuerzo por conseguir un cargo nacional, desafiando a Bobby Rush, un popular congresista del sector sur. La carrera aumentó las tensiones sobre los Obama. A diferencia de la esposa que sonríe forzadamente e insiste en que todo está bien, Michelle envió una serie de señales claras de molestia no sólo a su marido, sino a todos a su alrededor. "Barack y yo estamos conversando mucho", manifestó cuando se le consultó cómo estaba llevando la situación, de acuerdo a Alison Boden, ex colega de la Universidad de Chicago.
Barack en un principio parece haber visto sus ausencias como un tema manejable, algo que se podía soportar, como él lo había hecho cuando era niño y vivía lejos de su madre. Entrar en política sería difícil para una familia, lo sabía, pero no lo comprendió lo suficiente hasta que lo vivió, me contó Valerie Jarrett, una de las amigas más cercanas de los Obama. Ella recuerda a Michelle "hablando con él, después que nacieron las niñas, sobre la importancia de la presencia física verdadera, lo cual no era algo a lo que él estuviera realmente acostumbrado. Ella habló de lo importante que era para ellos conversar al menos cada día".
Barack ayudaba lo más que podía: además de multiplicarse laboralmente, pagaba las cuentas y hacía las compras del supermercado, a menudo recorriendo los pasillos del local tarde en la noche. "En lo que a mí concernía, ella no tenía nada de qué quejarse", escribió en su segundo libro, La audacia de la esperanza.
Una tarde en julio, instalada en la aireada oficina del ala oeste de Jarrett, le pregunté cómo el joven político respondió a las quejas de su esposa que la estaba dejando sola en la crianza de las niñas. Jarrett, cuyo propio matrimonio terminó en parte debido a un conflicto relacionado con su carrera, no sólo recordó las respuestas de Barack, sino que también empezó a recitarlas. "'Lograré que funcione'", señaló Jarrett, mientras trataba de imitar su voz. " 'Podemos lograr que funcione. Me esforzaré más'". Sonaba como si hubiera estado describiendo al Barack Obama de hoy, seguro de su capacidad para hacer malabares con una cantidad intimidante de prioridades.
Dos meses más tarde en el Salón Oval, les pregunté cuán severas habían sido sus tensiones. "Esto fue para mí en cierto modo como un 'abre los ojos', el matrimonio es difícil", manifestó la Primera Dama con una pequeña sonrisa. "Pero cuando uno se va a casar, nadie le dice eso. Sólo le preguntan '¿lo quieres?', '¿cómo es el vestido?'".
Le pregunté si su unión estuvo próxima a terminarse.
"Eso es exagerado", señaló el Presidente. "Pero no podría negar el hecho de que fueron tiempos difíciles para nosotros".
¿Buscó alguna vez asesoramiento?
Él respondió: "Bueno, es decir, creo que era importante para nosotros solucionar esto... No hubo ningún punto en el que yo temiera por nuestro matrimonio. Hubo momentos en que temí que Michelle realmente no fuera feliz".
"Si nuestros altos y bajos pueden ayudar a las parejas jóvenes a comprender en cierto modo que los buenos matrimonios requieren trabajo...", manifestó Michelle unos minutos más tarde en la entrevista. La imagen de una relación perfecta es "lo último que queremos proyectar", precisó. "Es injusto para la institución del matrimonio, y es injusto para los jóvenes que están tratando de construir algo, proyectar esta perfección que no existe".
Desde el principio, Michelle convirtió la galantería de Barack en una parábola de conversión política, y se puso ella misma como un sustituto de un votante escéptico. Cuando ella supo por primera vez de él, su nombre y antecedentes le parecieron extraños, le contó al electorado que probablemente sintió lo mismo. La primera vez que Barack le pidió que salieran, ella se negó. Él era un recién llegado, ella había sido su guía, por lo tanto sería extraño para él llegar a ser el novio de ella (o el Presidente). Pero lentamente la persuadió. Un día lo escuchó cuando dio un discurso y se sintió cautivada por las posibilidades de lo que pudiera ser.
"Cuando uno la escucha contar esa historia", me señaló Robert Gibbs, vocero de campaña y ahora secretario de prensa de la Casa Blanca, los votantes pensaron "está bien, sí, esto podría funcionar".
Ella igualmente jugó un rol vital en cortarle el paso a la mujer candidata más prometedora de la historia de Estados Unidos. Fue esencial para la campaña de Obama presentar un tipo de contrapeso femenino exitoso para Hillary Clinton, con el fin de convencer a las mujeres demócratas que podían votar por Barack Obama y una poderosa figura femenina a su lado. Ya sea en forma consciente o no, Michelle se convirtió en un contraste atractivo para la candidata en la delantera. Ella era sincera; Hillary era a menudo cautelosa. Michelle representaba la idea de que una niñita negra del área sur de Chicago podía llegar a ser Primera Dama de Estados Unidos; Hillary representaba el dominio de los ya poderosos en el sistema político. Y Michelle parecía tener el tipo de matrimonio al que muchos podrían aspirar tener; Hillary no.
A medida que la campaña se aceleró después de las primeras votaciones, Michelle pasó de presentar actos de campaña íntimos a enormes. Aparecieron las cámaras de televisión, y algunos de sus comentarios más enérgicos se exhibieron una y otra vez. Cuando los programas por cable, los blogueros y opositores se fijaron en ella -en su supuesta falta de patriotismo, su carácter supuestamente iracundo-, Barack se puso furioso. Mientras se mostraban en televisión reportajes poco halagadores, él les contaba a sus asesores historias sobre los padres de ella, sobre ella como madre, de acuerdo a Gibbs, como si defender a su esposa en privado pudiera ayudar de algún modo. Barack incluso se reunió con los ejecutivos de Fox Rupert Murdoch y Roger Ailes en parte para insistir en que la trataran con más respeto.
A Michelle le molestó que los asesores -quienes habían notado durante meses que ella se podía poner un poco vehemente en los discursos- nunca le hubieran informado de los problemas que estaban sucediendo. Temerosa de perjudicar las posibilidades de su marido, incluso planteó la perspectiva de alejarse de la campaña, señaló un asesor que solicitó la reserva de su nombre debido a la sensibilidad del tema. Jarrett recuerda que "ella sintió que no había tenido apoyo". De acuerdo a Susan Sher, "a ella le dolía la idea de no ser un elemento favorable". Era casi como si estuviera volviendo a un viejo patrón en su matrimonio: dejar que Barack sea un político, y ella se quedaría fuera de todo eso.
Sin embargo, a diferencia de otros tiempos, Michelle no se retiró. De hecho, la mujer que una vez se había resistido a hacer campaña, ahora les manifestaba a los amigos que disfrutaba de la gente, las risas y los votos que estaba ganando. Su marido prometió que el equipo podría solucionar cualquier problema que ella enfrentara. Y él claramente necesitaba la ayuda de ella. Después de años de dejar a su familia atrás, ahora recurría a su esposa para que le ayudara a llegar a la presidencia.
"Nunca he hecho esto antes", le dijo al equipo de su marido, según dos asesores. "Sólo necesito que me digan qué tengo que hacer".
Las campañas a menudo resultan ser tóxicas para las vidas personales de los participantes, pero Jarrett asegura que la relación de los Obama mejoró en el fragor de la carrera. "Ambos acudían en defensa y apoyo del otro", precisa. "El trabajo duro en la campaña fortaleció su matrimonio".
Por Jordi Kantor. The New York Times Magazine - Revista El Sabado.
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lunes, 9 de noviembre de 2009
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