Por Manuel Riesco Larraín
Chile ha experimentado dos grandes giros en su estrategia de desarrollo. El primero tuvo lugar en 1924 - coincidentemente un día 11 de septiembre -, cuando en medio de una importante agitación social un incruento movimiento militar de corte progresista encabezó la conformación de un nuevo bloque en el poder que fue capaz de realizar un viraje profundo.
A lo largo del siguiente medio siglo, el Estado asumió la noble tarea de traer el progreso en sus dos dimensiones, económico y social, a un país cuya población vivía por entonces mayoritariamente sumida en la ignorancia, insalubridad y aislamiento del campo tradicional. No todos los gobiernos del período fueron iguales, ni mucho menos. Sin embargo, desde la dictadura de Ibánez, pasando por el Frente Popular de Aguirre Cerda y el reformismo avanzado de Frei Montalva y hasta su clímax revolucionario conducido por Salvador Allende, cual más cual menos, todos asumieron dicha orientación general.
Durante el período desarrollista, como se le denominó, el país experimentó una completa transformación. La población realizó el grueso de su migración a las ciudades y se terminó definitivamente con el viejo sistema de latifundio e inquilinaje. Los nuevos sistemas sociales públicos proporcionaron alfabetización, educación, salud, vivienda y previsión, de calidad y cobertura muy decentes para la época. Se construyeron la infraestructura económica e institucionalidad modernas. Se nacionalizaron las riquezas básicas. El producto interno bruto (PIB) se multiplicó 3,7 veces entre 1929 y 1971, principalmente debido al extraordinario incremento de la productividad por trabajador, que se duplicó. El pago al factor trabajo se multiplicó por 6,8 - calculado como el incremento de remuneraciones reales que aumentaron 3,5 veces, multiplicado por el incremento en la fuerza de trabajo que creció 1,9 veces. Ello significa que la participación de los trabajadores en el producto creció extraordinariamente, mejorando la distribución del ingreso de modo notable.
El segundo giro estratégico tuvo lugar el 11 de septiembre de 1973, mediante un sanguinario golpe militar contra revolucionario. Impuso con afán de revancha una de las formas más tempranas y extremistas de la que sería la segunda estrategia adoptada por los países subdesarrollados del siglo XX en su tránsito a la modernidad. Dicho modelo consiste poco más o menos en la idea de generar las mejores condiciones posibles para el desarrollo de los negocios en un marco de apertura a la globalización. Su premisa básica - nunca explicitada aunque constituye la verdadera epopeya de la época - no es otra que la conformación previa de una masiva fuerza de trabajo, capacitada y liberada de sujeciones agrarias. Es decir, el principal éxito del desarrollismo sentó las bases del modelo que de una u otra forma le sucedió en todo el mundo subdesarrollado, conocido como "Consenso de Washington."
No todas sus versiones fueron iguales, ni mucho menos. En la mayoría de los países fue impulsado por gobiernos democráticos - no pocos desarrollismos fueron no poco autoritarios -, los cuales en la mayoría de los casos implantaron versiones más o menos moderadas del modelo. Solo países asolados por desmembramientos y guerras civiles sufrieron como Chile una destrucción de los sistemas públicos construidos por el desarrollismo y fuertes retrocesos en el nivel de vida de los trabajadores y la distribución del ingreso. Tan profundo fue el daño causado por la dictadura, que sus consecuencias no se superan aún tras casi dos décadas de la versión más moderada del modelo impulsada por los gobiernos democráticos. Entre 1971 y 2006 el PIB volvió a crecer 3,7 veces. Esta vez, sin embargo, el crecimiento se debe principalmente al aumento en la fuerza de trabajo, la que se multiplicó 2,5 veces debido a que las mujeres trabajadoras se cuadruplicaron. La productividad creció solo 1,5 veces.
Sin embargo, a pesar del crecimiento explosivo en el número de trabajadores, el pago al factor trabajo se multiplicó sólo por 3,0 porque las remuneraciones se redujeron a la mitad después del golpe militar y aún tras su recuperación posterior a 1990 muestran un estancamiento para el período en su conjunto: hoy son apenas un 20% superiores a su nivel anterior al golpe. A consecuencia de ello, la participación de los trabajadores en el producto y la distribución del ingreso se deterioraron considerablemente. El sistema público ha perdido un tercio de sus alumnos y hay menos matriculados en todos los niveles del sistema público y privado que en 1973, en proporción a la población total. El Estado gasta la mitad de entonces en salud y educación, como proporción del PIB. Diez mineras privadas (tres la mayor parte) se llevan anualmente el equivalente a lo que el Estado gasta en previsión, educación y salud, todo junto.
En la actualidad, el país enfrenta una coyuntura mucho más compleja que un simple cambio de gobernantes. Agotado en todo el mundo el "consenso de Washington," se trata de efectuar un nuevo giro en la estrategia de desarrollo. Sus rasgos principales se pueden formular de modo bien sencillo. El Estado reasumirá en plenitud la conducción del desarrollo, cuya ejecución puede ahora delegar mucho más en un vigoroso sector privado. Se re-nacionalizarán los recursos naturales para eliminar las enormes distorsiones ocasionadas por su privatización sin cobro. Se puede aplicar al respecto una política similar a la de Noruega, por mencionar una bien diseñada.
Se reconstruirán los grandes sistemas públicos desmantelados por la dictadura y los experimentos de "tercera vía" que le sucedieron. Ello significa instalar un buen colegio público en cada barrio y una buena universidad pública en cada región, que garanticen a todos una educación gratuita de calidad y provean una base científica y tecnológica. Servicios equivalentes serán brindados por reconstruidos sistemas públicos de salud, previsión, transporte y energía, entre otros. Todos los países desarrollados aseguran con modernos servicios públicos las bases de su competitividad que no son otras que la calificación de su población y la calidad de sus servicios.
Adicionalmente, la política exterior dará un giro y Chile concurrirá lealmente con sus vecinos e iguales a la construcción de un espacio de soberanía compartida en AL con las dimensiones adecuadas para competir en el mundo del siglo XXI. Los militares pueden jugar un rol destacado en este proceso.
Lo anterior se completará con el restablecimiento de los equilibrios de fuerzas desbalanceados a nivel de la empresa y la institucionalidad política. Se asegurarán derechos laborales equivalentes a los de los países desarrollados y el país se dará una nueva constitución política inspirada no en la protección de los negocios sino de los derechos fundamentales de las personas.
El viraje descrito es inevitable. No se trata de saber si se va a realizar o no, sino cuando y como. En cualquier condición va a requerir la intervención masiva de la ciudadanía en la actividad política. No va a realizar mientras ello no ocurra. Tradicionalmente en Chile estas cosas suceden tras estallidos sociales.
Lo menos traumático sería que fuese impuesto por la ciudadanía en el curso de las elecciones nacionales venideras. Ello no se ve nada fácil en el marco de las actuales coaliciones con posibilidad de representación en el parlamento. Cual más cual menos, ofrecen más de lo mismo en un caso y peor la otra. Sin embargo, como recordaba Sun-Tsu, quien persista en sus tácticas sin considerar el giro estratégico puede estar escuchando el ruido de su derrota.
La ciudadanía puede perfectamente considerar la posibilidad de generar una suerte de rebelión democrática apoyando electoralmente una alternativa responsable y muy amplia que garantice el giro. Ello no se puede descartar, ni mucho menos, como se está evidenciando en estos momentos a nivel internacional. La inscripción masiva de los jóvenes en los registros electorales en el curso del año que viene sería un claro signo que están considerando esta alternativa.
Evidentemente, la tarea del próximo gobierno no consiste en realizar todas las tareas reseñadas sino solamente abrir paso a la nueva etapa estratégica. En el curso de la misma, a lo largo de décadas, las completarán sucesivos gobiernos, seguramente de diferentes signos. Para encabezar el giro se puede abrir paso a la idea de un gobierno en disposición a incorporar a todas las fuerzas políticas sin excepción que dispuestas a incorporarse con el único propósito de efectuar el giro reseñado. Un gobierno con tal apertura tendrá la autoridad para presentar al parlamento el conjunto de cinco o seis reformas básicas requeridas y simultáneamente llevar su discusión a la ciudadanía pidiendo el pronunciamiento de todas y cada una de sus organizaciones. Al mismo tiempo, debe asumir el compromiso de ponerse a su disposición en el caso de no lograr abrir paso a las reformas requeridas. En otras palabras, identificar su propio destino con el de aquellas y no caer en la trampa de continuar administrando lo existente.
Vivimos tiempos interesantes y mil cosas pueden pasar. La ciudadanía es quien dirá la última palabra.
Manuel Riesco es economista. Director del CENDA. Miembro del Consejo Editorial de Crónica Digital.
Chile ha experimentado dos grandes giros en su estrategia de desarrollo. El primero tuvo lugar en 1924 - coincidentemente un día 11 de septiembre -, cuando en medio de una importante agitación social un incruento movimiento militar de corte progresista encabezó la conformación de un nuevo bloque en el poder que fue capaz de realizar un viraje profundo.
A lo largo del siguiente medio siglo, el Estado asumió la noble tarea de traer el progreso en sus dos dimensiones, económico y social, a un país cuya población vivía por entonces mayoritariamente sumida en la ignorancia, insalubridad y aislamiento del campo tradicional. No todos los gobiernos del período fueron iguales, ni mucho menos. Sin embargo, desde la dictadura de Ibánez, pasando por el Frente Popular de Aguirre Cerda y el reformismo avanzado de Frei Montalva y hasta su clímax revolucionario conducido por Salvador Allende, cual más cual menos, todos asumieron dicha orientación general.
Durante el período desarrollista, como se le denominó, el país experimentó una completa transformación. La población realizó el grueso de su migración a las ciudades y se terminó definitivamente con el viejo sistema de latifundio e inquilinaje. Los nuevos sistemas sociales públicos proporcionaron alfabetización, educación, salud, vivienda y previsión, de calidad y cobertura muy decentes para la época. Se construyeron la infraestructura económica e institucionalidad modernas. Se nacionalizaron las riquezas básicas. El producto interno bruto (PIB) se multiplicó 3,7 veces entre 1929 y 1971, principalmente debido al extraordinario incremento de la productividad por trabajador, que se duplicó. El pago al factor trabajo se multiplicó por 6,8 - calculado como el incremento de remuneraciones reales que aumentaron 3,5 veces, multiplicado por el incremento en la fuerza de trabajo que creció 1,9 veces. Ello significa que la participación de los trabajadores en el producto creció extraordinariamente, mejorando la distribución del ingreso de modo notable.
El segundo giro estratégico tuvo lugar el 11 de septiembre de 1973, mediante un sanguinario golpe militar contra revolucionario. Impuso con afán de revancha una de las formas más tempranas y extremistas de la que sería la segunda estrategia adoptada por los países subdesarrollados del siglo XX en su tránsito a la modernidad. Dicho modelo consiste poco más o menos en la idea de generar las mejores condiciones posibles para el desarrollo de los negocios en un marco de apertura a la globalización. Su premisa básica - nunca explicitada aunque constituye la verdadera epopeya de la época - no es otra que la conformación previa de una masiva fuerza de trabajo, capacitada y liberada de sujeciones agrarias. Es decir, el principal éxito del desarrollismo sentó las bases del modelo que de una u otra forma le sucedió en todo el mundo subdesarrollado, conocido como "Consenso de Washington."
No todas sus versiones fueron iguales, ni mucho menos. En la mayoría de los países fue impulsado por gobiernos democráticos - no pocos desarrollismos fueron no poco autoritarios -, los cuales en la mayoría de los casos implantaron versiones más o menos moderadas del modelo. Solo países asolados por desmembramientos y guerras civiles sufrieron como Chile una destrucción de los sistemas públicos construidos por el desarrollismo y fuertes retrocesos en el nivel de vida de los trabajadores y la distribución del ingreso. Tan profundo fue el daño causado por la dictadura, que sus consecuencias no se superan aún tras casi dos décadas de la versión más moderada del modelo impulsada por los gobiernos democráticos. Entre 1971 y 2006 el PIB volvió a crecer 3,7 veces. Esta vez, sin embargo, el crecimiento se debe principalmente al aumento en la fuerza de trabajo, la que se multiplicó 2,5 veces debido a que las mujeres trabajadoras se cuadruplicaron. La productividad creció solo 1,5 veces.
Sin embargo, a pesar del crecimiento explosivo en el número de trabajadores, el pago al factor trabajo se multiplicó sólo por 3,0 porque las remuneraciones se redujeron a la mitad después del golpe militar y aún tras su recuperación posterior a 1990 muestran un estancamiento para el período en su conjunto: hoy son apenas un 20% superiores a su nivel anterior al golpe. A consecuencia de ello, la participación de los trabajadores en el producto y la distribución del ingreso se deterioraron considerablemente. El sistema público ha perdido un tercio de sus alumnos y hay menos matriculados en todos los niveles del sistema público y privado que en 1973, en proporción a la población total. El Estado gasta la mitad de entonces en salud y educación, como proporción del PIB. Diez mineras privadas (tres la mayor parte) se llevan anualmente el equivalente a lo que el Estado gasta en previsión, educación y salud, todo junto.
En la actualidad, el país enfrenta una coyuntura mucho más compleja que un simple cambio de gobernantes. Agotado en todo el mundo el "consenso de Washington," se trata de efectuar un nuevo giro en la estrategia de desarrollo. Sus rasgos principales se pueden formular de modo bien sencillo. El Estado reasumirá en plenitud la conducción del desarrollo, cuya ejecución puede ahora delegar mucho más en un vigoroso sector privado. Se re-nacionalizarán los recursos naturales para eliminar las enormes distorsiones ocasionadas por su privatización sin cobro. Se puede aplicar al respecto una política similar a la de Noruega, por mencionar una bien diseñada.
Se reconstruirán los grandes sistemas públicos desmantelados por la dictadura y los experimentos de "tercera vía" que le sucedieron. Ello significa instalar un buen colegio público en cada barrio y una buena universidad pública en cada región, que garanticen a todos una educación gratuita de calidad y provean una base científica y tecnológica. Servicios equivalentes serán brindados por reconstruidos sistemas públicos de salud, previsión, transporte y energía, entre otros. Todos los países desarrollados aseguran con modernos servicios públicos las bases de su competitividad que no son otras que la calificación de su población y la calidad de sus servicios.
Adicionalmente, la política exterior dará un giro y Chile concurrirá lealmente con sus vecinos e iguales a la construcción de un espacio de soberanía compartida en AL con las dimensiones adecuadas para competir en el mundo del siglo XXI. Los militares pueden jugar un rol destacado en este proceso.
Lo anterior se completará con el restablecimiento de los equilibrios de fuerzas desbalanceados a nivel de la empresa y la institucionalidad política. Se asegurarán derechos laborales equivalentes a los de los países desarrollados y el país se dará una nueva constitución política inspirada no en la protección de los negocios sino de los derechos fundamentales de las personas.
El viraje descrito es inevitable. No se trata de saber si se va a realizar o no, sino cuando y como. En cualquier condición va a requerir la intervención masiva de la ciudadanía en la actividad política. No va a realizar mientras ello no ocurra. Tradicionalmente en Chile estas cosas suceden tras estallidos sociales.
Lo menos traumático sería que fuese impuesto por la ciudadanía en el curso de las elecciones nacionales venideras. Ello no se ve nada fácil en el marco de las actuales coaliciones con posibilidad de representación en el parlamento. Cual más cual menos, ofrecen más de lo mismo en un caso y peor la otra. Sin embargo, como recordaba Sun-Tsu, quien persista en sus tácticas sin considerar el giro estratégico puede estar escuchando el ruido de su derrota.
La ciudadanía puede perfectamente considerar la posibilidad de generar una suerte de rebelión democrática apoyando electoralmente una alternativa responsable y muy amplia que garantice el giro. Ello no se puede descartar, ni mucho menos, como se está evidenciando en estos momentos a nivel internacional. La inscripción masiva de los jóvenes en los registros electorales en el curso del año que viene sería un claro signo que están considerando esta alternativa.
Evidentemente, la tarea del próximo gobierno no consiste en realizar todas las tareas reseñadas sino solamente abrir paso a la nueva etapa estratégica. En el curso de la misma, a lo largo de décadas, las completarán sucesivos gobiernos, seguramente de diferentes signos. Para encabezar el giro se puede abrir paso a la idea de un gobierno en disposición a incorporar a todas las fuerzas políticas sin excepción que dispuestas a incorporarse con el único propósito de efectuar el giro reseñado. Un gobierno con tal apertura tendrá la autoridad para presentar al parlamento el conjunto de cinco o seis reformas básicas requeridas y simultáneamente llevar su discusión a la ciudadanía pidiendo el pronunciamiento de todas y cada una de sus organizaciones. Al mismo tiempo, debe asumir el compromiso de ponerse a su disposición en el caso de no lograr abrir paso a las reformas requeridas. En otras palabras, identificar su propio destino con el de aquellas y no caer en la trampa de continuar administrando lo existente.
Vivimos tiempos interesantes y mil cosas pueden pasar. La ciudadanía es quien dirá la última palabra.
Manuel Riesco es economista. Director del CENDA. Miembro del Consejo Editorial de Crónica Digital.
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Gentileza: Cronica Digital.
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2 comentarios:
Joven, ¿es usted democrata cristiano o teológo de la liberación?
Agradezco tu alcance, bueno mas alla de mis opciones, una de las cosas que mas valoro es el hecho de elevar temas de actualidad y que gatillen en el debate.
El grave problema de nuestras sociedades, es el hecho de limitarnos intelectualmente. El articulo descrito me llamo mucho la atencion, por una sencilla razon: es una perpectiva distinta.
Hoy en nuestras sociedades, lo que menos hay es comunitarismo, la dignidad de la persona esta siendo avasallada por las malas decisiones latinoamericanas, sacrificando a la cerciente Clase Media....Clase Media: cada vez menos ricos (siendo muy ricos) y con muchas soluciones hacia los sectores desposeidos....por lo mismo la clase media aumenta.... Aumentando, y sin señales claras las politicas publicas, van que desmedro de la clase media, por las razones expuestas y obvias, que pasara?....buen tema.
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