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En no pocas oportunidades los medios de comunicación y representantes de la derecha reclamaron airadamente por las “presiones ilegítimas” de algunos sectores de trabajadores organizados que efectúan demandas mediante la presión. “No es posible gobernar bajo amenaza”, “no se debe permitir que los grupos de presión obtengan ventajas” “hasta cuando aguantar el chantaje de los grupos de presión”, son sólo algunas de las formas en que se refieren a trabajadores del cobre y la salud, a los estudiantes, a los dueños de las micros amarillas, etc.
Bueno, ahora, a raíz del Transantiago hemos sido testigos de lo mismo. El gobierno, para salvar en primer lugar su propio pellejo (ya que un aumento de precio en el pasaje dañaría más su imagen y haría subir la inflación en al menos otro punto) e impedir castigar más a la población de Santiago, ha tenido que prometer el oro y el moro a los parlamentarios con el objetivo de salvar su proyecto de ley que inyecta recursos al malogrado Transantiago.
Mil 200 millones de pesos para Chiloé, cientos de millones de dólares para rebajar precio de los pasajes en las regiones. Una compraventa frenética, de último minuto para salvar un proyecto que no sincera para nada lo principal: el gobierno se equivocó al impulsar un proyecto elaborado en un escritorio con la única finalidad de quitarle poder a un gremio que le molestaba, que le incomodaba y que, además, no contaba con el respaldo de ningún otro actor político o gremial de relevancia en el escenario nacional.
Es bueno recordar que el gremio de los autobuseros no estaba formado sólo por los temidos Navarrete y Marinakis, sino por cientos de pequeños empresarios, que no le pedían un peso al Estado y sin embargo llegaban a todos lados. Las micros estaban sucias, los conductores debían “pelear o correr” en las calles por sus ingresos, pero micros habían y, repetimos, no le pedían un peso al Estado para funcionar.
Ahora, desde febrero del año pasado son cientos de millones de dólares los que han debido pasarse al sistema y, siempre, con la amenaza de que si los recursos no se aportan los pasajes subirán. Y ¿el sistema ha mejorado notoriamente, como para justificar tantos millones de dólares en la cancha? No. Así lo pueden demostrar los cientos de miles que cada mañana y tarde deben hacer colas para subirse a unos buses incómodos y peligrosos; o a un metro saturado y riesgoso para personas mayores y discapacitados, o deben hacer transbordos frecuentes y en exceso. Resulta inexplicable que los “costos” suban y suban mientras el “valor” del servicio sigue siendo miserable
Parchar, parchar, que el mundo se va a acabar. Esa es la consigna del Transantiago. Parchar, pero mejoría, no.
Y, como si la política de la compra de votos o del chantaje fuera poco, los chilenos acabamos de ser notificados de una seguidilla de alzas que nos afectarán en lo inmediato: más alzas en los combustibles; alzas en las tarifas eléctricas y alza en el gas natural.
Requerido sobre alguna explicación a esta situación, el ministro de Hacienda, Andrés I, se negó a responder; “cada día tiene su afán”, dijo, el día que se le preguntó por las alzas. Seguramente estaba preparando su intervención en el almuerzo que sostendrá hoy con los empresarios en el CEP.
Para tener presente: los combustibles subieron 46 pesos en un mes, en circunstancias que el precio internacional del barril lleva ese mismo tiempo en una baja sostenida que llega en promedio a un 23%; el gas ciudad subirá otro dos por ciento que se suma al alza de 45% registrada en lo que va del año, y la electricidad subirá un 5% en los próximos días.
¿Cuál fue la repuesta del ministro de energía Tockman al anuncio de un alza en el precio de la electricidad? Bueno, que se dará un subsidio a los sectores más pobres. Y usted, y yo, que somos de la vapuleada clase media ¿qué debemos esperar ante esta danza de alzas?, Pues bien, nada. Deberemos, como siempre, “rascarnos con nuestras propias uñas” y enfrentar una vida cada día más y más cara.
Ni hablar, por ejemplo de una baja en el impuesto a los combustibles ya que las autoridades cuando se habla de ello recurren a la tradicional figura de “no vamos a ayudar a financiar a los dueños de las 4X4”. Como discurso suena bien, pero y en lo concreto ¿qué pasa con los miles de miles que trabajan un taxi, que trasladan escolares, que usan sus autos porque no quieren ir como sardinas ni esperar horas por un transporte? Esos miles y miles ¿qué? ¿Se sienten acaso millonarios porque no califican para un subsidio?
Tampoco se habla mucho de lo que algunos especialistas llaman “tsunami silencioso”, el alza de los alimentos. Según ellos el aumento de precios en los alimentos ha dejado en la pobreza a 130 millones de personas en el continente. Incluso más, se ha indicado que en los últimos seis meses, millones de personas que no estaban en la categoría de “hambre urgente” ahora sí lo están.
¿Qué pasa en Chile, según las estadísticas? Algo no tan diferente. Según el BID la pobreza en Chile aumentará de 12 a 17 por ciento. En el último año los gastos familiares por consumo de servicios subió un 33%, el pan un 37% y los alimentos en general un 17%. Para qué hablar de los combustibles.
Bien, pero volvamos al tema de los subsidios. Según cifras oficiales, del millón y medio de potenciales beneficiarios del subsidio eléctrico sólo lo han recibido 585 mil personas, Es decir, el gobierno no puede mostrar eficiencia ni siquiera en la entrega de este apoyo a los sectores más pobres. Es decir, peor, imposible.
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MYRIAM VERDUGO GODOY - Presidenta Instituto Jorge Ahumada.
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Revista Impacto.
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