BIBLIA, libro mío, libro en cualquier tiempo y en cualquier hora, bueno y amigo para el corazón, fuerte, poderoso compañero. Tu desnudez asusta a los hipócritas y tu pureza es odiosa a los libertinos.

Gabriela Mistral


viernes, 8 de agosto de 2008

ROBERTO GARRETON - Por una Constitución democrática, el pueblo debe auto convocarse.

Por Roberto Garretón.

Documento enviado especialmente para nuestro faceboock.

"La política está reducida a un auténtico Club integrado por 200 personas [los ciudadanos que en Chile el sistema acepta como actores políticos: Presidente, ministros, parlamentarios, comandantes en jefe, dirigentes empresariales] que actúa más por intereses corporativos que por los nacionales; el pinochetismo ha bloqueado todas las iniciativas democratizadoras de los gobiernos post dictadura; no hemos obtenido más libertades que las que nos dejaron en 1990; vivimos un desconcertante empate moral en que, para escarnio de las víctimas, se ha legitimado a los represores".

Colombia, 1989. Colombia vivía bajo una Constitución caduca y un bipartidismo que marginaba a grandes sectores sociales. La abstención electoral era elevada; ninguno de los graves problemas nacionales (guerrilla, paramilitarismo, narcotráfico, inseguridad, estado de sitio permanente) encontraban solución. El "establecimiento" se conformaba con su propia incapacidad.

La sociedad civil (organizaciones de derechos humanos, desarrollo, ecologistas, sindicatos, campesinos, indígenas, estudiante, etc.) decide, audazmente, auto convocarse para un plebiscito de hecho: en las siguientes elecciones el pueblo exigiría la instalación de una Asamblea Constituyente, emitiendo una informal "séptima papeleta", además de las seis oficiales (alcaldes, concejales, diputados, representantes a la Cámara, senadores y candidatos en la consulta liberal). La acogida fue espectacular, incluso en la desprestigiada clase política. Por su liderazgo, se habló de "la papeleta de los estudiantes".

Por una espléndida coincidencia, las elecciones fueron el 11 de marzo de 1990, mismo día en que echábamos del Gobierno -no del poder- al siniestro dictador. El triunfo arrollador no dejó otra alternativa que su confirmación en un referéndum formal (difícilmente acorde con la arcaica Constitución de 1886) que se realizó junto a la elección presidencial de mayo, cuando otra impresionante mayoría de "la papeleta" traspasó las diferentes opciones de las otras cédulas. Pero ya en 1990 los males colombianos no se arreglaban sólo con un cambio de Constitución.

Chile 2001. Chile vive agobiado por una Constitución ilegítima repudiada por todos los sectores democráticos, que promueve -también- un bipartidismo de hecho. El sistema electoral sólo beneficia a la primera minoría, perjudicando tanto a la mayoría como a las otras minorías, justificando que 66 es igual a 34.

Como en Colombia, la política está reducida a un auténtico Club integrado por 200 personas [los ciudadanos que en Chile el sistema acepta como actores políticos: Presidente, ministros, parlamentarios, comandantes en jefe, dirigentes empresariales] que actúa más por intereses corporativos que por los nacionales; el pinochetismo ha bloqueado todas las iniciativas democratizadoras de los gobiernos post dictadura; no hemos obtenido más libertades que las que nos dejaron en 1990; vivimos un desconcertante empate moral en que, para escarnio de las víctimas, se ha legitimado a los represores.

Los tres enclaves básicos del autoritarismo (sistema electoral binominal, absurdos quórum para modificar la Constitución, parlamentarios no elegidos) impiden solucionar los males e injusticias heredados. Ellos conculcan el inalienable derecho a la autodeterminación del pueblo chileno: no es él quien determina su destino, sino el antiguo dictador, y a perpetuidad (si: ¡a perpetuidad!)

Hoy los chilenos, como los colombianos, deben auto convocarse. Todos los demócratas, dentro y fuera de la Concertación, sin exclusiones. La oportunidad es la próxima elección parlamentaria, a la que expresa y formalmente nosotros (¡si, usted, yo y todos) daríamos carácter plebiscitario. Se trata de repetir el modelo ganador de 1988, hasta que tengamos democracia de verdad, en la que la mayoría electoral sea mayoría parlamentaria, y todas las corrientes puedan tener expresión política, sin exclusiones.

Desde luego, esta proposición en nada altera las lealtades partidarias, que incluso permite como opción válida el voto blanco.

Las alternativas para una mayor eficacia pueden discutirse: la mía es una "papeleta" adicional, como en Colombia. Pero también podría marcarse el voto (sólo es nulo el voto con más de una preferencia); o un llamado de las organizaciones civiles, de trabajadores, estudiantes, líderes morales, etc. a votar sólo por los candidatos que expresa e inequívocamente se comprometan a derogar la Constitución militar. El Presidente debiera alentar esta sugerencia, plenamente coincidente con sus insistentes llamados a democratizar las instituciones. El llamado debiera ser repetitivo; figurar en todos los afiches y propaganda radial; ser el lema de la franja; aparecer en las fotos de los candidatos con el Presidente.

Es indispensable confiar en el pueblo y no descalificar a priori la propuesta. Estos temas si le interesan a la gente. A la gente

Le humilla que su voto no sea igual al de otros ciudadanos: el de los miembros del Consejo de Seguridad Nacional y el de los jueces de la Corte Suprema, que valen 105.263 y 37.152 veces más que el ciudadano de a pie, respectivamente [La resolución de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que declara al sistema electoral chileno violatorio del derecho humano a la igualdad del voto, oportunamente transmitido a todos los grupos parlamentarios y a los Partidos "extra parlamentarios", fue archivada por la clase política];

le preocupa que el Estado no le solucione sus problemas de educación y de salud, porque el pinochetismo parlamentario niega los recursos;

Le indigna que dineros que podrían destinarse a solucionar la extrema pobreza se gasten en armas y aviones;

Le irrita que para la minoría pinochetista la desigualdad sea un problema secundario;
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Le desespera que la huelga sea un instrumento inútil y una forma de despedir trabajadores y que se posterguen las reformas laborales;

Le desconcierta que la solución de los problemas de las etnias autóctonas quede sujeta a los intereses de los que las han mantenido en la miseria;

Le espanta que la impunidad e injusticia estén amparadas por los mismos que ayer torturaban, relegaban, exiliaban o encarcelaban, cuando no mataban o hacían desaparecer.

Todo eso le importa ¡y mucho! a cada chileno. Como le importan los derechos humanos, a pesar que se quiso demostrar que no. Por eso vibró con el juicio al dictador. Por eso rechaza el empate moral y la impunidad.

Se trata, como dice el Presidente, de "sacar al pizarrón al pinochetismo". Es una carta ganadora. Antes que que, como en Colombia, sea demasiado tarde.

"La política está reducida a un auténtico Club integrado por 200 personas [los ciudadanos que en Chile el sistema acepta como actores políticos: Presidente, ministros, parlamentarios, comandantes en jefe, dirigentes empresariales] que actúa más por intereses corporativos que por los nacionales; el pinochetismo ha bloqueado todas las iniciativas democratizadoras de los gobiernos post dictadura; no hemos obtenido más libertades que las que nos dejaron en 1990; vivimos un desconcertante empate moral en que, para escarnio de las víctimas, se ha legitimado a los represores".
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Fuente: EL MOSTRADOR.
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