BIBLIA, libro mío, libro en cualquier tiempo y en cualquier hora, bueno y amigo para el corazón, fuerte, poderoso compañero. Tu desnudez asusta a los hipócritas y tu pureza es odiosa a los libertinos.

Gabriela Mistral


sábado, 14 de junio de 2008

Michelle Obama, vestida para ganar.


La esposa del candidato es una eficaz arma electoral que le ayuda a bajar de su pedestal intelectual y su ensimismamiento.

El escrutinio implacable de Michelle Obama ya ha comenzado. ¿Se parecerá a la sofisticada Jackie Kennedy, en una reencarnación de la mística de Camelot, pero en negro? ¿O seguirá el modelo de la pragmática y sarcástica Barbara Bush, que hacía poner los pies en el suelo a su marido? De momento, dos grandes diarios norteamericanos, The New York Times y The Washington Post, han dedicado sendos reportajes, en sus secciones de “style”, a analizar los criterios estéticos de Michelle, la elección de sus vestidos, su afición a la perlas de gran tamaño -como la abuela Bush- o su debilidad por los anchos cinturones.

Muy comentada fue la elección del tono violeta en el modelo sin mangas que lució Michelle la noche cuando su marido había amarrado la nominación demócrata. Según el Post, la falta de mangas fue una demostración subliminal de fortaleza. El Times coincidía en el diagnóstico. Su título era inequívoco: “Viste para ganar”.

No hay duda de que Michelle, de 44 años, ha sido un activo muy valioso en la campaña del senador Barack Obama. Ha ejercido con mucha efectividad lo que en la jerga política norteamericana se denomina “surrogate” -y algunos jirones de prestigio-para intentar hacer ver a su marido y así mismo como una convincente “pareja presidencial”.

Yo mismo fui testigo de un mitin de Michelle en la ópera de Wilmington (Delaware), días antes del supermartes 5 de febrero. La esposa de Obama logró cautivar al público -1.600 personas- en una intervención de 50 minutos, sin leer papeles, en la que hizo un repaso a la situación del país desde la perspectiva de “madre, profesional y ciudadana”. Michelle, con su espontaneidad, hizo llorar a algunos de los asistentes, incluidos Peter y Joan Odell, una pareja de jubilados blancos, de clase media alta, registrados como republicanos y que votaron a Bush en el 2004.

Barack Obama suele decir que no es un hombre perfecto, como le recuerda cada día su esposa. Ésta, en efecto, le hace bajar de su pedestal intelectual, de su ensimismamiento retórico. A veces incluso explica intimidades domésticas que podría ahorrarse, como la tendencia de él a dejar tirados los calcetines o a olvidarse de recolocar la mantequilla en la nevera.

En su libro La audacia de la esperanza, el candidato demócrata cuenta la anécdota de que, después de una victoria legislativa en el Senado, sobre una ley para combatir el tráfico de armas, llamó a Michelle para expresarle su alegría. Ella le cortó por lo sano y le dijo que había una invasión de hormigas en la casa de Chicago y que, antes de regresar, debía comprar insecticidas.

Vida de esfuerzo

Michelle Obama, cuyo nombre de soltera era Michelle LaVaughn Robinson, se crió en una familia negra de clase trabajadora en un barrio del sudeste de Chicago. Vivían en un departamento diminuto. Su padre estaba empleado en la compañía municipal de agua y su madre cuidaba el hogar.

El padre padeció desde muy joven esclerosis múltiple, pero siguió trabajando. Tanto Michelle como su hermano Craig -gran deportista y entrenador de un equipo universitario de baloncesto- pudieron ir a estudiar a las mejores universidades.

Ella lo hizo en Princeton y Harvard, dos nombres míticos de la “Ivy League” (La Liga de la Hiedra, por la planta que cubre sus nobles edificios).

En la primera se graduó en sociología y estudios afroamericanos. En la segunda se hizo abogada, como su esposo.

Michelle y Barack se conocieron en un bufete de abogados de Chicago. Pero él le conquistó el corazón cuando la llevó a uno de los barrios donde él ejercía como organizador de comunidades de base. Así explica ella la filosofía de su marido en aquella época: “Si tienes talento no te vendes al mejor postor”.

Ella inició una carrera profesional, primero en la empresa privada y luego en el sector público. Fue asistente del alcalde de Chicago y ocupó un cargo en el departamento de Planificación y Desarrollo. Su último puesto, del que hubo de pedir una semiexcedencia, fue la vicepresidencia de relaciones externas y labor comunitaria para la red de hospitales de Chicago. Su remuneración era de 275.000 dólares al año, casi el doble que el sueldo de senador de su esposo.

Pedigrí y ataques

Un elemento político fundamental de Michelle es que aporta el pedigrí definitivo afroamericano que a veces le falta a él, por ser hijo de una blanca. El color de piel de ella es mucho más oscuro. Michelle fue desde joven muy consciente de su condición racial.

En su tesis de Princeton, escribió que su experiencia allí “me ha hecho más consciente de mi negritud”. “Hiciera lo que hiciera para relacionarme con mis compañeros blancos, siempre sentía que primero me consideraban negra y luego estudiante”, agregó.

El único error importante de Michelle durante la campaña fue cuando dijo, el 18 de febrero en Milwaukee (Wisconsin), en alusión a la campaña de su esposo, que “por primera vez en mi vida adulta, estoy realmente orgullosa de mi país porque se siente que la esperanza está por fin retornando”.

Esos comentarios fueron interpretados como una alusión al hecho de que por primera vez un candidato negro tenía posibilidades reales de alcanzar la Presidencia en un país con un largo pasado racista. Los republicanos la acusaron de inmediato de antipatriótica.

Los asesores de Obama matizaron esas afirmaciones, al señalar que “lo que quiso decir es que se siente muy orgullosa en este momento porque, por primera vez, miles de estadounidenses que no habían participado en la política se están sumando en cifras récord en la construcción de un movimiento de base a favor del cambio”.

Pero ese tipo de precisiones no han disuadido a ciertos grupos y medios conservadores, como la revista National Review, que describen a Michelle como “la mitad amarga de Obama” y la versión femenina del reverendo Jeremiah Wright, El pastor de Chicago que casó a los Obama y bautizó a sus dos hijas desató un auténtico revuelo hace unos meses después de que se retransmitiesen segmentos de sus sermones.

Aquella afirmación, unida a los excesos verbales del ex pastor de la Iglesia a la que acudía la pareja en Chicago, de seguro seguirá siendo explotada en contra del candidato antes las elecciones presidenciales del 4 de noviembre.

Por Eusebio Val - La Vanguardia

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