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Gabriela Mistral


lunes, 25 de mayo de 2009

EE.UU.: Progresivo lance ideológico entre el presidente Obama y el ex presidente Cheney, preocupa ya a sus asesores.

La polémica entre ambos acapara la atención política en Estados Unidos.

Obama: futuro de presos de Guantánamo gran problema

Ambos son formidables oradores y persuasivos polemistas, pero allí se terminan las similitudes. Porque desde lo generacional hasta lo formativo, desde lo vivencial hasta lo principista, Barack Obama y Dick Cheney no podrían ser más diferentes.

Por eso el progresivo lance ideológico entre el presidente y el ex vicepresidente comenzó a imponerse por sobre el debate político y empieza a preocupar a los asesores de la Casa Blanca, en especial después de que el miércoles último el Senado, dominado por los demócratas, votara 90 a 6 contra el pedido de 80 millones de dólares que el presidente había formulado para encarar el cierre de la prisión de Guantánamo.

Cheney no paró de hablar desde el fin de su mandato. Lo hizo desde cuanto podio se le mostrara disponible. Su tema obsesivo es la defensa de lo que la administración de George W. Bush hizo en materia de seguridad y la consecuente crítica a lo que percibe como la debilidad de Obama en ese terreno.

No es una actitud de locuacidad, sino de fría estrategia. Cheney sabe que el talón de Aquiles de los demócratas es su presunta blandura en asuntos de defensa y ahí dispara sus flechas con empecinada persistencia.

En un comienzo, sus arengas resultaban casi antediluvianas, como el eco de una época superada que nadie deseaba recordar. Pero, poco a poco, la constancia, sumada a la atención mediática que su figura inevitablemente despierta, comenzó a dar frutos y la gente se puso a escuchar.

Lo que Cheney tiene para decir no difiere de lo que se pasó diciendo durante los ocho años de su peculiar vicepresidencia. Pero en un contexto diferente, frente a una administración con menos de 150 días en el poder y un presidente sin antecedentes que respalden su criterio en temas de seguridad nacional, Cheney se las ingenia para imponer su mensaje.

Finalmente, ambos contendientes optaron por confrontarse. No lo hicieron cara a cara, pero en los hechos fue como si lo estuvieran. Apenas un kilómetro y medio separa el edificio del Archivo Nacional, donde habló Obama, con el simbolismo de que allí se guardan los originales de la Constitución y otros documentos fundacionales, de la sede del American Enterprise Institute, uno de los think-tank emblemáticos del conservadurismo, donde habló el ex vicepresidente.

Cheney tenía agendada su presentación desde hacía tiempo, de modo que fue Obama, al programar la suya el mismo día y en el mismo horario, quien lanzó el guante. Cheney lo recogió, y demoró su discurso hasta que Obama terminara el suyo.

Los principios que enunciaron son paradigmáticos de lo que ambos han traído al poder como filosofía política. Obama cree en el imperio de la ley y considera que el ejecutivo no puede estar por encima de ella. Cheney piensa, como Nixon, que nada de lo que haga el presidente puede ser ilegal.

No es fácil decidir quién se impuso. Obama es cerebral; Cheney, sanguíneo. Aunque las encuestas lo benefician ampliamente, fue Obama quien llevó la parte más difícil, porque debe transitar por el delgado sendero en el que la izquierda se declara desilusionada y la derecha se muestra insatisfecha.

Reiteró que clausurará Guantánamo, pese al voto negativo del Congreso, pero debió justificar su decisión de retener los tribunales militares y prohibir la difusión de fotografías que muestren a soldados norteamericanos practicando tortura.

A Cheney, en cambio, le basta con invocar el miedo, como lo hizo sin escrúpulos desde el poder. "En la lucha contra el terrorismo, no hay caminos intermedios", sentenció, una frase que traía siniestras resonancias de aquella otra de Bush: "O están con nosotros o están contra nosotros".

Como lo venía haciendo en la sucesión de presentaciones y entrevistas, Cheney volvió a defender el uso de tortura en los interrogatorios, al afirmar que "cuando una población entera se vuelve blanco del terrorismo, nada es más consistente con los valores norteamericanos que impedirlo". Y agregó que volvería a tomar las mismas decisiones "sin dudar".

Cualquiera que se propusiera deconstruir el discurso de Cheney advertiría sus inconsistencias y sus peligrosas insinuaciones. Pero en el arte de la retórica política, como bien proclamaban los antiguos sofistas, cuenta más la apariencia que la realidad.

No es casual que la retórica incendiaria generalmente aventaje al discurso moderado. El moderado debe atender a sus límites éticos; el incendiario, en cambio, se lanza sin frenos. Pero el final es bien conocido por todos.

Fuente: Diario Hispano Norteamericano.
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