Ser padre ya no es una cosa leonina, de jerarquía y respeto. Ya no. Está out. Ahora hay que ser comprensivo, acogedor, trabajador y buena onda.
Por Ignacio Bazán La semana pasada pasó algo raro en Argentina. El "Tolo" Gallego, el entrenador del equipo de fútbol Independiente de Avellaneda, citó a las señoras de los futbolistas de su plantel. El mensaje de Gallego fue simple: "Por favor, chicas, háganles el desayuno a sus maridos antes de que se vengan a entrenar en la mañana. Así el equipo tiene más chances de ganar y ustedes tienen más chances de que les compren carteras más caras".
Un personaje Gallego. Por supuesto, está reunión jamás se hubiera realizado 15 o 30 años atrás. No habría sido necesario. El desayuno habría estado y si no, el marido habría golpeado la mesa.
Ahora a nadie se le ocurre golpear nada. No por un desayuno. Total, se puede agachar la cabeza y agarrar un café a la rápida antes de empezar a trabajar. Es más conveniente.
Algo parecido le ha pasado a la paternidad durante el último tiempo. Con esto de que los géneros tienden a igualarse, a pocos se les ocurre protestar porque los hacen mudar o cuidar a la guagua cuando llegan. Y no es cuestión de querer rebelarse. A los nuevos padres ni siquiera se les ocurre. No se les pasa por la cabeza. Es su opción y está bien así. Adiós padre proveedor que llega a casa cuando la guagua ya está dormida.
El psiquiatra Ricardo Capponi reafirma está noción: "La relación con los hijos se ha ido desplazando desde una figura autoritaria, fiscalizadora de un supuesto buen comportamiento, a una relación de acompañamiento, cercanía afectiva y contención del hijo. De ahí a que la relación comienza mucho más temprano que antes, el padre se hace cargo de tareas que antes desempeñaba sólo la madre en los primeros años, contribuyendo esto a un vínculo mucho más sólido".
Esa es una manera de ver las cosas. También hay hombres a los que no les gusta mucho este nuevo arreglo. Está en el tema central del nuevo libro de Michael Lewis, editor de Vanity Fair y famoso autor de libros de no ficción. En Home Game, "una guía accidental para ser padre", Lewis narra sus experiencias en la paternidad y las contrasta con la de su padre, quien no estaba muy involucrado en su niñez. Lewis subraya que en las últimas décadas el contrato matrimonial ha sido renegociado, siendo los hombres los que han ido sumando responsabilidades sin obtener nada a cambio. Según el autor, el padre moderno se encuentra en una situación similar a la de Gorbachev después de la caída del Muro de Berlín: "Después de haber choqueado al mundo por haber hecho un gesto decente cediendo poder sin derramamiento de sangre por una cuestión de principios, ahora se le ve con desprecio".
Veamos qué piensan los padres.
LA PRIORIDAD 10
Confesión 1: no soy padre y veo lejano el día en que lo sea. Confesión 2: Uno de los padres entrevistados en este artículo es amigo mío y lo conozco desde kínder. Su nombre es Cristián Escobar, es ingeniero civil industrial y tiene 30 años. Clemente, su hijo, acaba de cumplir uno. Escobar, de todos mis amigos, es el primero en tener un hijo.
"La llegada de Clemente fue un envión de energía", dice. "Uno hace mil cosas y hay poco tiempo para hacerlas, pero nunca antes me había levantado con tantas ganas en la mañana".
"Es una vida nueva", dice Mark Chapman, publicista de 32 años (no, no es el asesino de John Lennon). "De ser prioridad número 1 en tu lista en conjunto con tu mujer, pasas a ser el número 10 porque nueve antes está tu hijo".
Guillermo Uribe, ingeniero civil, también de 32 años, se siente identificado: "A mí me gusta mucho la música, tocar guitarra, hacer cosas en el computador, tratar de cantar. Poco después que naciera Sebastián, hace un año y siete meses, nos cambiamos de un departamento a una casa por un tema de espacio. Y la guitarra recién la desembalé hace un mes y medio. Yo, que tocaba siempre...".
Todos han pasado por lo mismo. Eso de dejar de hacer cosas y empezar a compartir responsabilidades con su señora. O más bien "repartir", como dice Chapman. "Uno nunca está cuidando a la guagua al mismo tiempo con su pareja. Hay una suerte de relevo, porque de otra forma no descansas".
Escucharlos a los tres hablar mientras se tomaban fotos era una conversación de otro planeta. Se pasaban datos para que sus guaguas no se enfermen, de dónde hay que ir a comprar tal remedio, mientras se reían de cosas que sólo los padres con hijos chicos se pueden reír. "Es verdad, podemos parecer minas hablando", diría Chapman un rato más tarde. Los otros asentían con los ojos brillosos, llenos de orgullo, sin remordimiento alguno. Estos son hombres en pleno contacto con su lado femenino.
¿Sienten presión por cumplir en todo?
Que la psicóloga Paula Serrano responda: "Sufro por los hombres, porque siento que se enfrentan con frecuencia al fracaso. Ahora deben tener sensibilidad, inteligencia emocional y empatía con sus mujeres, ahora que hay que hacerlas felices, no sólo mantenerlas. Los siento juzgados por su éxito económico y social con la misma brutalidad de antes, pero expuestos a situaciones como la infidelidad femenina o el cuidado de los hijos y la comprensión de los problemas, más que a su mera solución. Siento a los hombres también cansados de rendir en sus vidas de padres y maridos, como en la pega".
Uf. Parece que nos metieron una goleada y no nos dimos cuenta. Hay que ser como una bolsita de té: buena y rendidora. Pierdes cualquiera de estas dos cualidades y no sirves.
CLAUSTROFOBIA FAMILIAR
Desde luego, un hijo en la ecuación intensifica lo bueno y lo malo en una relación unas cuantas veces. Y hay que estar preparado, porque a pesar del amor infinito que se pueda tener por el crío, la cosa no es nada fácil.
"Se empieza a sentir una especie de claustrofobia, en que todo gira alrededor de tu guagua", dice Chapman. "Tus horarios, tus hábitos, lo que haces, lo que compras. Por mucho que ames a tu hija, llega un minuto en que necesitas salir un poco de esa rutina, crear un espacio, que es cuando llegan tus suegros o tus padres. Pueden ser una salvación divina, aunque luego salgas por un rato y sólo pienses en tu hija".
"Todo el mundo te dice que aproveches de dormir antes de tener una guagua", dice Uribe. "Yo llegué a la conclusión de que es mejor aprovechar de carretear. Uno no acumula sueño para más adelante, pero de seguro tus carretes disminuyen dramáticamente".
Y si se llega a carretear, la figura, como cuenta Chapman, es la siguiente: "Hace poco llegué a las seis de la mañana de un matrimonio y a las siete estaba con la Elisa en brazo".
Las dudas se empiezan a despejar. Tener un hijo para un hombre, por estos días, es un acto masoquista. Es como aceptar una paliza y estar feliz de que te estén pegando. Es como hacer acupuntura o tirarse en paracaídas. Son cosas que se disfrutan, pero que al mismo tiempo se sufren.
El nuevo padre vive en función de su hijo. Un extraterrestre al ver a un padre mudar, bañar, dar de comer, sacar a pasear en coche a una guagua, de seguro pensará que el ser dominante y superior en la relación es la guagua misma.
¿Qué tipo de niños estamos criando entonces?
Paula Serrano: "Es un problema grande que muchos padres, al asumir mayor cuidado con los hijos desde pequeños, han perdido un rol de autoridad que es muy importante en su formación. Las mujeres alegamos, gritamos, pero los límites de la autoridad los han dado los hombres. Y aparentemente no es un rol social sino que evolutivo, porque la voz del hombre, en casi todos los mamíferos, es quien pone orden y apacigua".
Ricardo Capponi: "Han aumentado los padres comprometidos y desprendidos con sus hijos. No tenemos ese riesgo de perder la masculinidad por hacer tareas femeninas, los hombres estamos más bien en el otro extremo. Es una forma de integrar lo femenino a la personalidad, lo cual consolida mucho más una genuina virilidad".
Escobar, Chapman y Uribe, cada uno en su propio mundo, con sus propias alegrías y penas, se suscriben a la figura del padre presente, trabajador, cariñoso y acogedor. Cada uno de ellos ha pagado un precio y dicen estar felices de pagarlo. Tanto así que Escobar y Uribe ya piensan en un segundo hijo.
Miro a Clemente, Elisa y Sebastián, los hijos de cada uno. Dudo. Pienso en los desayunos que no estarán sobre la mesa. Y concluyo que no hay opción, que si quiero sentir el amor infinito de tener un hijo, debo ser como una bolsita de té: bueno y rendidor. No queda otra.
Por Ignacio Bazán. – Revista El Sábado.
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miércoles, 12 de agosto de 2009
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1 comentario:
Bolsita buena y rendidora hemos sido las mujeres a través de la historia, ya era hora que los hombres sintieran lo que es eso. Pero nosotras las mujeres estamos iguales, no se puede decir que las pocas libertades que hemos conseguido no nos han costado nada: ahora casi todas trabajamos fuera de casa y hacemos nuestra parte en los oficios domésticos.
Y si a ellos la la naturaleza les hubiera hecho tenerlos en el vientre nueve meses y luego parirlos? :S
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