Una ONG alemana acoge a los soldados norteamericanos que rechazan la guerra en Irak. El caso de André Shepherd, de recibir asilo en Alemania, podría generar una ola de deserciones.
André Shepherd ha encendido un cigarrillo para contar su historia. Su compañera berlinesa lo acompaña con una copa de vino blanco entre las manos. Es una noche de verano en Rosenheim, una de las docenas de pueblos que cuelgan de las faldas de los Alpes en el sur de Alemania.
No es la primera vez que este ex soldado del Ejército de Estados Unidos habla con la prensa. Periodistas del mundo han venido a entrevistarlo. Y esto a él le interesa, pues hoy más que nunca necesita atención. Hace nueve meses, André se convirtió en el primer marine norteamericano desertor en declararse perseguido por su gobierno y solicitar asilo político en Europa. En cualquier momento el gobierno alemán decidirá su caso. André podría ser deportado y encarcelado en su país. O podrá permanecer en Alemania como asilado.
Su historia comenzó en abril de 2004, en Irak, en la provincia de Al Anbar. La Operación 'Resolución Vigilante' ('Vigilant Resolve') había sido concebida para tomar la insurgente ciudad de Faluya. Pero las bombas racimo, las de fósforo blanco y la munición cargada de uranio enriquecido acabaron en el transcurso de dos días con la vida de al menos 600 iraquíes y devastaron la ciudad. Sin saberlo, André, quien por esos días reparaba turbinas de helicópteros Apache se había convertido en uno más de los responsables del baño de sangre de Faluya.
"Yo no lo sabía", insiste Shepherd. Trabajaba en el Camp Speicher, una base ubicada a las orillas del Tigris. André no se percataba de lo que sucedía fuera de su cuartel. Las llamadas y el acceso a Internet eran vigilados, a veces prohibidos. André no pensaba en qué se usaban los 17 misiles y las ametralladoras de 625 tiros por minuto de los helicópteros. Pero, cuenta, "al año siguiente, en la base de Estados Unidos en Ansbach (Alemania), aguardando regresar a Irak, bastaron algunas lecturas y una noche mirando en YouTube los videos para enterarme de la verdad". Shepherd lo dice con una risa nerviosa. Y añade: "Me di cuenta de que todo lo que había estado haciendo en Irak estaba mal".
Permaneció dos años más en el Batallón de Apoyo Aéreo de Kattersbach. Y en abril de 2007, decidió desertar cuando el Pentágono quiso aumentar el pie de fuerza en una guerra que estaba aplastando la imagen del presidente Bush en el mundo, y supo que su unidad estaba incluida. Un buen día le dio la esperada señal a un grupo de alemanes conocidos suyos. Lo recogieron en una van y se lo llevaron a la frontera con Austria. Durante 19 meses, bajo la convicción de que estaba haciendo lo correcto ("si regresaba a Irak, actuaría conscientemente como un criminal", dice), vivió aislado del mundo.
El 26 de noviembre de 2008 llamó a Daniel Hershberger, director de la organización Military Counseling Network (MCN). "De inmediato supe que su caso sería el más explosivo de los que teníamos hasta entonces", dijo a SEMANA Hershberger desde su despacho en Bammental. Y no le faltaba razón. A diferencia de la docena de soldados al borde de la deserción que asesoraba, Shepherd no sólo era ya un renegado, sino que quería salir del aislamiento y solicitar asilo en Alemania. Su caso le daría la vuelta al mundo.
Daniel Hershberger -cuya organización cobija a más de 20 desertores ocultos en Alemania y recibe más de 100 consultas de soldados estadounidenses al año- y el activista Rudi Friedrich pusieron a Shepherd en contacto con uno de los mayores expertos en derecho migratorio, Reinhard Marx. Desde su bufé en Fráncfort, Marx asegura: "No me cabe duda de que si el caso de Shepherd triunfa ante las Cortes de Alemania, habrá una gran ola de desertores".
La petición de asilo de Shepherd se basa, según Marx, en dos argumentos. "Primero, la objeción de conciencia estriba en que la guerra de Irak es ilegal". Así, la Agencia Federal para la Inmigración y el Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania deberán decidir en los próximos tres meses si en su país esa guerra puede o no ser vista de ese modo.
El otro argumento es que en junio de 2005, la Corte Administrativa Federal de Alemania rehabilitó a Florian Pfaff, un soldado de ese país que se rehusó a desarrollar software cuyo uso, según se pudo comprobar, se traduciría en el bombardeo de poblaciones en Irak. El abogado sabe, sin embargo, que hay intereses políticos que harán difícil la decisión del gobierno alemán, sobre todo tras la llegada de Barack Obama al poder y a pocos meses de unas elecciones parlamentarias. Y a favor de Shepherd está una directiva de la Unión Europea según la cual "el castigo por negarse a cumplir el servicio militar por deserción se puede considerar también como persecución, si las razones para negarse están basadas en convicciones morales".
Según cifras del Ejército norteamericano, sólo en el año pasado 4.698 soldados se escaparon de sus filas. El Pentágono calcula que desde el inicio de la guerra de Irak en 2003 han desertado 25.000 soldados, pero sólo una minoría ha logrado mantenerse por fuera de los tribunales. En este momento, 40 soldados buscan refugio en Canadá, pero la perspectiva de que el vecino del norte les conceda asilo político y con ello manche sus relaciones con Washington es muy baja. En términos estratégicos, acoger a Shepherd como perseguido político tendría para Estados Unidos el valor de una bofetada por parte del gobierno en Berlín.
"Pero ese es el tipo de revoluciones que necesitamos", dice Shepherd. Guarda la esperanza de que en Europa se le dé prioridad a la justicia, más allá de los intereses políticos. Ya es tarde en Rosenheim. Shepherd, sin embargo, podría seguir hablando toda la noche.
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