¿Se está rearmando América Latina? Esta es la impresión que se podría deducir de una rápida mirada a las cifras. Según el Instituto de Investigación para la Paz Internacional de Estocolmo (SIPRI), una autoridad en el estudio del gasto militar, los presupuestos de defensa de los países de América Central y del Sur pasaron de sumar 29.100 millones de dólares en 2003 a 39.600 en 2008.
Un espectacular aumento del 36 % en cinco años que debería llevar a pensar que algo está pasando. Desde luego, se puede argumentar que el continente sigue siendo una zona relativamente poco armada en comparación con otros rincones del globo como Oriente Medio (75.600 millones) o Asia Oriental (93.000 sin incluir el presupuesto chino). Pero lo que resulta llamativo es que la cuota latinoamericana del gasto militar mundial ha crecido en los últimos años.
De hecho, entre los años 2003 y 2008, la participación de Centro y Sudamérica en la inversión global en defensa pasó del 2,87% al 3,23%. En otras palabras, los presupuestos militares crecieron más deprisa en América Latina que en el resto del mundo.
El problema con las generalizaciones es que pueden terminar significando muy poco. Algo así pasa con los números sobre el gasto en seguridad de América Latina. Dentro del mismo saco quedan países con presupuestos y posturas militares radicalmente distintas. Ahí está Argentina cuyo gasto en defensa ha caido durante los pasados 25 años hasta quedar reducido a 2.077 millones de dólares en 2008 al lado de Brasil que mantiene el aparato bélico más grande de la región con un presupuesto de 15.477 millones dólares el pasado año.
Lo mismo se puede decir de Perú que ha visto como se hundía su inversión en seguridad hasta unos magros 1.302 millones de dólares para el 2008 mientras Chile impulsa un programa de modernización apoyado en un gasto de 4.778 millones de dólares en el mismo periodo. Con un panorama tan diverso, parece difícil hablar de una carrera militar continental. Por el contrario, resulta más adecuado mirar a la región como un escenario de crecientes desequilibrios que prometen alimentar la inestabilidad y hacer más probables las crisis.
Entre la politica defensiva y la desestabilización regional
Las asimetrías se hacen más evidentes cuando mira en que se están invirtiendo los presupuestos de defensa. De hecho, el nivel de gasto militar dice poco sobre quienes mantienen un dispositivo militar defensivo y quienes están apostando por desestabilizar el escenario estratégico. En América Latina hay ejemplos de ambas posiciones con independencia del volumen de inversión en seguridad. Colombia ostenta el título de ser el segundo país de la región en gasto militar con un 4% de su PIB dedicado a sostener su aparato militar. Sin embargo, el esfuerzo presupuestal de Bogotá esta orientado a construir una fuerza volcada hacia la seguridad interna y con escasa capacidad para desarrollar operaciones convencionales contra los ejércitos vecinos.
La situación es la opuesta en el caso de Venezuela. Dada la caótica contabilidad de las finanzas públicas de Caracas, resulta imposible saber cual es la cifra real que dedica a su defensa. En cualquier caso, lo preocupante es qué estos recursos se están invirtiendo en la adquisición de una costosa panoplia de tecnología bélica -cazabombarderos SU-30, helicópteros de ataque Mi-35 y pronto tanques T-80- que le proporciona una ventaja abrumadora sobre sus vecinos. De este modo, incluso si Venezuela gasta menos en defensa, el impacto de sus compras militares tiene un carácter desestabilizador para el escenario de seguridad latinoamericano.
Lo mismo se puede afirmar de otros países con ejércitos más pequeños. México ha impulsado un crecimiento del presupuesto de defensa de un 23% en los últimos 5 años que le ha permitido adquirir desde equipos de inteligencia hasta helicópteros. En cualquier caso, el crecimiento militar azteca no puede ser visto como una amenaza por ningún país centroamericano sencillamente porque está dirigido a restaurar el orden interno. Algo distinto cabe señalar del caso de Nicaragua donde el presidente Daniel Ortega ha anunciado su intención de firmar un acuerdo con Rusia para modernizar el arsenal en manos del Ejército. De hecho, la puesta al día de un parque de material que incluye vehículos blindados y piezas de artillería promete proporcionar a Managua una abrumadora superioridad sobre todos sus vecinos.
Para qué se quieren las armas
En este contexto de crecientes desequilibrios, algunas de las armas adquiridas por los gobiernos latinoamericanos prometen hacer más difícil la gestión de una crisis regional. De hecho, una parte de los nuevos equipos bélicos proporciona a sus poseedores la capacidad de golpear blancos distantes al interior del territorio rival. Solo un par de ejemplos. Cazabombarderos como los SU-30 venezolanos o los F-16 chilenos pueden penetrar profundamente en el espacio aéreo enemigo para atacar objetivos en la retaguardia adversaria.
De igual forma, los submarinos Clase Kilo Mejorada que el presidente Chávez planea adquirir o los Skorpene que Chile ya tiene y Brasil busca pueden lanzar misiles antibuque con alcances cercanos al centenar de kilómetros. Semejantes medios militares otorgan una ventaja decisiva al lado que ataca primero con lo que se recorta el tiempo para tratar de resolver pacíficamente una posible disputa. En consecuencia, este tipo de equipos prometen estimular un comportamiento más agresivo en caso de un eventual escenario de tensión entre dos gobiernos.
Dicho esto, la cuestión clave no es cuanto gasta un país en defensa o qué equipo militar posee sino quien tiene las armas y para que las quiere. En otras palabras, sin perder de vista las capacidades bélicas de un gobierno, el factor determinante para considerarlo una amenaza tiene que ver con sus intenciones políticas y estratégicas. En este sentido, es muy distinto un submarino o un cazabombardero en manos de países perfectamente democráticos como Chile o Brasil que al servicio de un proyecto ideológico expansionista como el impulsado por Venezuela. Para comprobarlo, basta con comparar la moderación de los discursos de mandatarios como la chilena Bachelet o el brasileño Lula con la facilidad con que el presidente Chávez recurre a la retórica belicista. Una diferencia que debería ser tomada en cuenta por países como Rusia, China o España antes de decidir a quien venden armas en América Latina.
Por Román Ortiz - Especial para Infolatam
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