Con el sarcasmo que lo caracteriza, Hugo Chávez dijo hace pocas semanas que haría su "gira anual por el eje del mal". Efectivamente su periplo empezó en Libia, donde Muammar Gaddafi lo condecoró y Chávez no ahorró elogios al controvertido líder africano. Luego estrechó lazos con Argelia, Siria y Bielorrusia. Le alcanzó el tiempo para desfilar por las pasarelas del festival de Venecia, convertido en estrella de cine, gracias al documental Al sur de la frontera, de Oliver Stone.
Pero el caudillo popular que exalta Hollywood, no le pareció tan simpático a varios gobiernos cuando anunció en Rusia, días después, que haría una nueva compra de armas por 2.200 millones de dólares (que se suman a los 4.400 de hace tres años), esta vez de 92 tanques, 300 carros blindados y un número indeterminado de misiles antiaéreos y cohetes de gran alcance. Ni cuando en un claro desafío a la Corte Penal Internacional invitó al presidente de Sudán, Omar al Bashir -acusado de crímenes de guerra-, para que venga a Isla Margarita a una cumbre que se realizará este mes. Tampoco tranquilizó su reunión con el presidente de Irán, Mahmoud Ahmadinejad, con quien construirá una villa nuclear "para usos civiles", ni que le hubiera dicho al diario Le Figaro que "Irán tiene derecho a desarrollar su energía nuclear como lo hacen Francia, numerosos países y, por qué no, Venezuela". Declaración que podría ir en contravía de las resoluciones de la ONU respecto a Irán.
Chávez siempre ha basado el discurso de su gobierno sobre la retórica de una supuesta invasión de Estados Unidos a su territorio vía Colombia. Y, a decir verdad, poca gente, incluido el gobierno de Washington se lo tomaba en serio. Lo veían más como una inteligente oratoria antiimperialista para cautivar las masas venezolanas que como una calculada estrategia que puede poner en peligro la estabilidad de la región, empezando por la de Colombia.
Pero las cosas están empezando a cambiar. "No queremos la guerra, la odiamos pero debemos prepararnos para ello. Estamos en el número uno de la lista. Venezuela. Somos el primer blanco del imperio, usando Colombia y las bases de Aruba y Curazao. Nos están rodeando", dijo Chávez recientemente en su programa de televisión.
Frases como esta generan inquietud, sobre todo porque el Presidente venezolano no sólo tiene la lengua larga para hablar sino que está dispuesto a llevar a cabo lo que dice. Muchas veces amenazó con disminuir las importaciones colombianas, y en los últimos meses se ha evidenciado un claro bloqueo a los empresarios de este lado de la frontera. Aunque hace dos años dijo que movilizaría 10 batallones a la frontera y nadie se movió, los tanques que está adquiriendo le dan una nueva dimensión a esas amenazas. Y sus chistes sobre el 'eje del mal' han pasado a convertirse en millonarios negocios con Irán que incluyen un banco, varias fábricas, y un vuelo diario entre Caracas y Teherán.
Tampoco ha sido sólo carreta el respaldo que, por lo menos muchos de sus hombres cercanos, le han dado a las Farc. El gobierno colombiano tiene evidencias de que desde hace varios años y aun hoy, personas destacadas del chavismo han servido de puente para que la guerrilla adquiera armas, municiones, dinero, y otros recursos bélicos, como lanzacohetes.
Pero mientras Chávez se prepara para instalar sus lanzacohetes y plataformas antiaéreas "en las montañas, en los llanos, en las costas, bajo tierra, incluso", según dijo, convencido de que le vendrá un ataque desde el otro lado de la frontera, Colombia tiene un aparato militar diseñado para su guerra interna, dedicado a combatir a los actores armados y el narcotráfico. Colombia tiene unas Fuerzas Armadas 10 veces más numerosas que las de Venezuela, tiene cinco veces más helicópteros, pero sus aviones de combate no le dan en los talones a los de Chávez, no tiene tanques, ni misiles, ni sistemas antiaéreos.
Un cazabombardero Sukhoi de Chávez puede llegar a Bogotá en unos 20 minutos, lanzar misiles a tierra con sensores de alta precisión y volver a Caracas sin reabastecerse. Colombia tiene apenas Supertucanos, que son aviones antiguerrilla con poca autonomía y alcance, y los K-fir son cazas de generación anterior repotenciados. En cuanto a los tanques, que son vehículos de combate de gran capacidad destructora, si bien no pueden ser usados en las montañas, en zonas del llano y el desierto, como es parte de la frontera entre los dos países, sí resultan un arma muy peligrosa. Colombia no tiene ninguno porque toda su inversión se ha ido en helicópteros de combate y transporte, que es la urgencia de un conflicto interno. Y respecto a los cohetes y los misiles antiaéreos, si bien son armas defensivas, de alta tecnología y precisión, también son armas con las que se pueden atacar aeronaves y edificaciones, con alcance hasta de 90 kilómetros. Colombia tampoco tiene este tipo de armamento.
Por eso, la exorbitante compra de armas del Presidente de Venezuela y el agresivo discurso contra Colombia y su relación militar con Estados Unidos son por lo menos preocupantes.
Dada esta nueva e inquietante situación regional, el ministro de Defensa Gabriel Silva y el canciller Jaime Bermúdez intentaron la semana pasada en la cumbre de Unasur en Quito que los países de Suramérica hablaran, no sólo sobre las bases militares en Colombia, sino sobre el creciente armamentismo en el continente.
Pero no lo lograron. Si bien el presidente peruano Alan García envió una carta al evento para alertar sobre el armamentismo, y formalmente se registró esto como una preocupación, en la práctica quedó claro que casi todos los países del área desconfían más de que haya tropas de Estados Unidos en la región, que de las extravagantes alianzas de Chávez con el mundo musulmán en temas nucleares o de las multimillonarias compras de armas en Rusia.
Obviamente, no pasa lo mismo en Washington. En la era de George W. Bush la doctrina frente a Chávez fue la de "dejar hablar al loco". Se le veía como un Presidente histriónico y tropical, que a pesar de su discurso antiyanqui, les vendía petróleo a rodos. Pero esa percepción empieza a cambiar.
Por un lado, por la compra de armas de carácter ofensivo a Rusia. Al respecto, la propia secretaria de Estado, Hillary Clinton, le pidió transparencia a Chávez sobre las motivaciones de su armamentismo. Para nadie es un secreto que la Rusia de Putin busca recuperar su liderazgo militar, y que mientras Estados Unidos tenga presencia en algunas de las ex repúblicas soviéticas, Rusia responderá, mientras pueda, forjando alianzas con países de América Latina. Por eso la decisión del presidente de Estados Unidos Barack Obama de renunciar al escudo antimisiles en Europa del Este, puede terminar redundando a este lado del globo (ver artículo en la sección Mundo). Pero en Washington, más que Moscú, preocupa Irán y la creciente empatía entre dos líderes tan peculiares e impredecibles como Chávez y Ahmadinejad.
La revista The Economist destacó la semana pasada que Chávez "sueña con forjar un nuevo orden mundial" para lo cual ha profundizado su alianza con Irán. Por eso su octavo viaje a Teherán no arrancó precisamente sonrisas.
Según Rocío Sanmiguel, venezolana experta en temas de defensa, durante la reciente gira de Chávez los venezolanos se enteraron de que su gobierno ha firmado más de 500 acuerdos con ese país, y que nadie tiene ni idea de qué se tratan. "Continuamos dando pasos agigantados -yo diría peligrosos- en explorar la cooperación en materia nuclear con fines civiles", advirtió Sanmiguel en una columna de prensa.
El analista español Román Ortiz, en El Tiempo, destaca que han pasado inadvertidos varios hechos reveladores como que Irán ha iniciado la construcción de una fábrica de explosivos en Carabobo y que hace dos años "se descubrió que el consorcio iraní de exportación de armamento Moldex utilizó la empresa militar venezolana Cavim para vender 18.000 fusiles de asalto a Uruguay como si se fueran producidas por Caracas".
Pero más graves aún resultaron las denuncias que hizo el fiscal de Nueva York, Robert Morgenthau, en el Brooking Institute. Morgenthau asegura que su oficina ha sabido que en zonas remotas de Venezuela han surgido fábricas controladas por el país de los ayatolas. Recordó que "en 2008 las autoridades turcas detuvieron una embarcación iraní con destino a Venezuela, después de descubrir un equipo de laboratorio capaz de producir explosivos, embalado dentro de 22 contenedores marcados como 'partes de tractores'".
No obstante, lo que más le preocupa al fiscal Morgenthau es que Teherán esté usando en Venezuela, como ha usado en otros países, el sistema bancario para evadir las sanciones económicas y lavar dinero. A eso se sumó el anuncio que hizo Chávez de que producirá energía nuclear con Irán, un país que es visto con alarma por las potencias occidentales, no sólo por su programa nuclear, sancionado por la ONU, sino por su odio a Estados Unidos.
Por eso en Washington el tono hacia Chávez ha cambiado. "Al principio se le tomaba como un cómico tropical, ahora se lo toma en serio porque lo importante no son sus palabras sino sus acciones, y estas ahora se igualaron a su retórica", dice Gabriel Marcella, profesor retirado de la United Status Army War College. Tanto el Washington Post como el New York Times han publicado sendos editoriales para pedirle al gobierno de Obama que observe con mayor cuidado lo que pasa en Caracas, en especial los apoyos que de allí se le dan a las Farc.
¿Y Colombia qué?
Diversos analistas coinciden en que no hay una carrera armamentista en la región y que las compras multimillonarias de material bélico de Venezuela, Chile y Brasil tienen que ver con la renovación apenas normal de sus equipos, aprovechando que los precios del petróleo y el cobre les han dejado ganancias generosas. "Venezuela necesita renovar su parque y para eso debe encontrar mercados que se lo permitan... sería de extrañar que renovara su material bélico con Estados Unidos", dice Hector Saint Pierre, coordinador del Grupo de Estudios de Defensa y Seguridad de la Universidad Estatal Paulista, del Brasil.
Pero la diferencia entre otros gobiernos y el de Chávez, es que este sí está montado en una hipótesis de guerra con Colombia.
Aunque Chávez ha dicho que uno de sus aviones Sukhoi podría llegar a Bogotá en 20 minutos, un escenario de guerra directa entre los dos países es de todas maneras muy improbable. En primer lugar porque existen demasiados mecanismos diplomáticos que se pueden activar si se profundiza la crisis, y en ese sentido un incidente bélico es remoto, y aunque ocurriera tampoco desembocaría en una guerra tan fácilmente. Segundo, porque a pesar de que Chávez es un caudillo, ni las Fuerzas Militares ni muchos sectores económicos y políticos del país lo acompañarían en una aventura militar. Tercero, porque en la región hay más un juego disuasivo que una vocación de guerra.
Aun así, el armamentismo de Chávez sí constituye un grave riesgo para la seguridad nacional de Colombia. No sólo por el desequilibrio militar en armas para una guerra internacional (misiles, aviones, fragatas submarinos, etcétera.) sino por la probabilidad de que algunas de las tantas armas que le están llegando terminen en manos de la guerrilla. "El reciente caso de las armas suecas importadas por Venezuela, pero en manos de las Farc, es un antecedente claro y de allí que se vea como más peligrosas las compras de Venezuela que las de Brasil, aun cuando las de este último país sean más caras", dice Carina Solmirano, investigadora del Instituto de Estudios sobre la Paz (Sipri) de Estocolmo.
En el computador de 'Reyes' los organismos judiciales y de inteligencia encontraron abundante evidencia, que ha sido publicada en medios de comunicación, de que algunos funcionarios vinculados al gobierno y las Fuerzas Militares de Venezuela han servido como intermediarios entre las Farc y traficantes de armas. Especialmente que la guerrilla ha acudido a ellos para buscar los misiles tierra-aire que tanto aspiran a conseguir y que según palabras de 'Tirofijo' y de 'Alfonso Cano', le darían un giro a la guerra. Si bien estas armas difícilmente revertirían la tendencia de derrota militar de la guerrilla -más basada en el control territorial que ha ganado el Estado que en la disminución de la capacidad militar de las Farc- sí podrían ser usadas en acciones terroristas y un clima muy adverso en materia de seguridad y tranquilidad ciudadana.
Pero el tema no son sólo los misiles sino globalmente la actitud de Venezuela. Una cosa es que Uribe y Chávez encarnen proyectos ideológicos diametralmente diferentes, y dos concepciones antagónicas de sus relaciones internacionales, y otra que Venezuela se convierta, como muchos sospechan, en un santuario para los grupos armados y el narcotráfico, especialmente los que como las Farc tienen profundas identidades con la revolución bolivariana.
La encrucijada es grande porque Colombia lleva más de siete años en una ofensiva envolvente y continuada contra la retaguardia de las Farc. Ha capturado o dado de baja a importantes líderes, desarticulado frentes y recuperado territorio. Pero las fronteras se han convertido en una válvula de escape donde los guerrilleros toman oxígeno, logran sobreaguar y, eventualmente, hasta cobrar fuerzas para prolongar la guerra. Lo que está en juego, según el gobierno, es la posibilidad de ponerle fin a la larga lucha insurgente del país. " A estas alturas, el fin del conflicto colombiano depende ante todo de que Venezuela deje de apoyar a las Farc. Eso es lo que tiene que entender Unasur", dice Sergio Jaramillo, viceministro de Defensa.
Quizá porque Chávez conoce este razonamiento es que se ha sentido profundamente amenazado con el acuerdo de cooperación que están firmando Colombia y Estados Unidos para el uso de siete bases militares colombianas en operaciones contra el narcotráfico y el terrorismo. No tanto porque desde allí vaya a ser vigilado por "el imperio", pues Estados Unidos tiene suficiente tecnología para vigilar a Chávez, si es que quiere hacerlo, desde el espacio satelital o desde Miami o desde sus portaaviones en aguas internacionales.
Más bien el efecto que sí tienen las bases es disuasivo. Primero, porque el mensaje que se está dando es que, si Chávez se quiere meter en una aventura bélica, Colombia -que no tiene armas sofisticadas para defenderse- tendría el respaldo de los gringos. Segundo, que si el gobierno de Venezuela sigue jugando con candela respecto a las Farc, puede terminar convirtiéndose en un país paria. No en vano muchos ya comparan a la Venezuela de hoy con lo que fue la Libia de Gaddafi en los años 70, esa sí claramente un santuario de grupos rebeldes y también de terroristas.
Las cosas parecen estar cambiando en América Latina. Las bases con presencia de militares estadounidenses, el desbocado armamentismo de Chávez, las estrechas relaciones de Venezuela e Irán, y la tensa situación ideológica y política que se ha visto en Unasur pueden ser el síntoma de que se está inaugurando una etapa inédita y desconocida para América del Sur, el subcontinente más pacífico del mundo, cuya historia de conflictos es mínima, y que en realidad no se ha involucrado en las grandes confrontaciones geoestratégicas. "Hay síntomas de que Chávez puede tener una estrategia de largo plazo para fortalecer a Venezuela como una suerte de pivote de la política antinorteamericana en América Latina", dice Alfredo Rangel, director de la Fundación Seguridad y Democracia, quien ve a Irán como el país que pugna por un nuevo orden mundial.
No sería la primera vez que naciones poderosas usan a terceros países como escenarios de provocación y confrontación. Como quizá lo fue Cuba en los años 60 y Vietnam en los 70, obviamente en un contexto histórico diferente, como era el de la Guerra Fría.
En este momento, es un coctel demasiado explosivo la mezcla de armas ofensivas de largo alcance adquiridas por Chávez, una crisis política regional causada por las bases de Estados Unidos en Colombia, Irán buscando una cabeza de playa en Suramérica y en medio de todo unas Farc que buscan desesperadamente poder de fuego para revertir su derrota.
Por eso Chávez no puede ser mirado ya como parte del pintoresco paisaje tropical.
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Fuente: Semana.
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