Hace algunas semanas fuimos testigos del peregrinar -con el respeto de los peregrinantes al Santuario de lo Vásquez-, de candidatos hacia el CEP, a reunirse con parte de lo más granado del empresariado nacional. Lo más llamativo en esto, es que ya no llama la atención de la sociedad. Uno podría preguntarse: ¿se peregrina con igual fervor hacia los campesinos, los trabajadores de las salmoneras o de las minas de cobre, los profesores, los empleados, las temporeras; o, hacia el pueblo mapuche u otros pueblos originarios?
Seguramente se dirá: estos sectores no tienen ni suficiente organización ni representación como para ameritar una visita o consideración especial. Algo que de una manera u otra tiene que ver con la realidad de las cosas en el país. Con lo cual, vuelve a quedar más o menos claro por donde pasa el centro neurálgico del poder en Chile. Ese poder no está diseminado en la sociedad ni entre sus ciudadanos. No está en sus trabajadores, profesores, mujeres, indígenas, jóvenes o creadores de cultura y comunicadores.
Lo curioso es que ya no parece asombrar que así suceda. Es visto como algo natural. Es la manifestación, como afirmaba el nada sospechoso diario Estrategia hace ya un par de años, del "poder absoluto de los grandes grupos" (octubre, 06), sea tomados en sí mismos, o en alianza con transnacionales.
El poder económico y del capital está muy concentrado, y lo complicado es que su ambición parece infinita, con las consecuencias previsibles (por ejemplo, en relación al medio ambiente o a la conformación de las ciudades). Sea en el sector minero (nuestro país maneja hoy sólo el 30% del cobre), pesquero, agroindustrial, comercial, inmobiliario, financiero, farmacéutico o en el muy importante sector de los medios de comunicación (radios, diarios, TV), universidades, por nombrar algunos.
Como afirma Estrategia, en el sector financiero por ejemplo, cuatro bancos de la plaza controlaban dos tercios de los préstamos otorgados (a octubre del 06). Algo similar ocurre con la evolución de los mercados de las AFP's, las isapres o las líneas aéreas, por nombrar algunos sectores. Pero, estimado lector, lamentablemente esta situación se ve de algún modo redoblada con lo que sucede con el poder político. Este también se ve reducido a un ejercicio cupular a dos bandas; con un restrictivo sistema binominal (una novedad exclusivamente chilena, por supuesto); con dificultades para introducir modificaciones importantes por ejemplo, a la marcha del sistema económico o a la valoración de la actividad público-estatal, y con un débil control y participación ciudadana de su ejercicio (más de 3 millones no inscritos en el padrón electoral, que votan blanco o se abstienen).
Así pues, a la concentración del poder económico parece seguirle la concentración del poder político. Una concentración que no ha sido impedida, morigerada o regulada durante estos años de interminable transición. Así las cosas, ¿no sería bueno utilizar la fecha símbolo del Bicentenario para preguntarnos cómo se aviene esta situación con el ideal de democracia perseguida durante los 17 años de autoritarismo cívico-militar? ¿Qué puede dar de sí una "democracia" representativa cooptada por un poder excesivamente concentrado en lo económico y en lo político?
Si volvemos la vista a los clásicos, para un Aristóteles por ejemplo, los regimenes políticos puros podían clasificarse en los siguientes tipos: monarquía (gobierno de uno solo); aristocracia (gobierno de unos pocos que son los mejores); y república (gobierno en función del interés común). A su vez, esos tipos tenían sus "desviaciones": tiranía (desviación de la monarquía); oligarquía (cuando se atiende el interés de los ricos); y democracia (cuando la república atiende el interés de los pobres).
Ya puede inferir usted a qué se asemeja más el modelo de democracia en funciones que tenemos acá. Pero no sólo eso. Aristóteles señalará también que el fundamento del régimen democrático es la libertad. Una característica de esa libertad "es el de ser gobernado y gobernar por turno", y si esto es así, serán procedimientos democráticos los siguientes:
" (...) el que todas las magistraturas sean elegidas por todos; que todos manden sobre cada uno, y cada uno en su turno, sobre todos; que las magistraturas se provean por sorteo (...); que no se funden en ninguna propiedad, o en la menor posible, que la misma persona no ejerza dos veces ninguna magistratura, o en pocos casos (...); que administren justicia todos los ciudadanos, elegidos entre todos", y que puedan debatir y dirimir sobre temas muy importantes de la vida en común: rendición de cuentas (de los elegidos), sobre la constitución o los contratos privados (La Política). La asamblea elegida debe tener, para el sabio griego, "soberanía sobre todas las cosas (o las más importantes)". Si, y ello a pesar de la situación que allí ocuparon esclavos o extranjeros. Pero, vengamos más cerca de nosotros. La situación en Chile de concentración desmedida de poder económico, genera no solo desigualdades en el uso y acceso al ejercicio del poder político, sino también respecto al saber y al tener, a la estima social de cada cual.
Termina distorsionando lo que pueda entenderse por régimen democrático y su práctica cotidiana. Según el gran filósofo liberal contemporáneo J. Rawls, hay que combatir esa concentración de poderes y las desigualdades que genera, al menos por tres razones: una, porque compartimos sin mucho análisis como algo erróneo el que algunos puedan acceder a lo que quieran (incluido lo superfluo), y que -al mismo tiempo-, haya muchos que sufren privaciones injustificadas, sea hambre, enfermedades incurables, falta de trabajo, etc. Dos, que al controlar y/o regular las desigualdades podemos impedir que una parte de la sociedad domine al resto.
Cuando, nos dice, las desigualdades económicas y sociales son grandes, entonces "se permite que unos pocos promulguen un sistema de leyes y de propiedad que asegura su posición dominante en el conjunto de la economía". Y, tercera razón, esas desigualdades (o esa concentración de los poderes), pueden suscitar actitudes de "deferencia y servilismo, por un lado, y una voluntad de dominio y una actitud arrogante, por el otro". Y eso no trae nada bueno para la sociedades, sino "grandes males y las actitudes que engendran, grandes vicios" (Justicia como equidad. Una reformulación).
Como se sabe, en situaciones de concentración del poder y de desigualdad, el ejercicio de las libertades se resiente. Igualdad y libertad no son independientes entre sí. Bajo la égida de las desigualdades, la democracia se troca en democracia de electores, sin protagonismo ni incidencia de los ciudadanos como depositarios últimos del poder y la legitimidad. ¿No le parece a usted -ciudadano-(e)lector-, que seria bueno y útil aprovechar el Bicentenario - además de asados regados e innovaciones tecnológicas- , para debatir la actual política democrática que tenemos y aquella que debiéramos tener, en función de una nueva constitución republicana, más justa y decente para todos, incluidas las nuevas generaciones por venir? . A lo mejor, eso es también hacer política, ¿no le parece?
Por Pablo Salvat es director del Magíster Ética social y Desarrollo Humano de la Universidad Alberto Hurtado. – Columnas El Mostrador.
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