¿Cómo debería gobernar Sebastián Piñera si gana en 2009? En el siguiente artículo, Patricio Navia da luces de lo que debería hacer el líder de la Alianza si encabeza el primer gobierno de derecha elegido democráticamente en 50 años.
Aunque la probabilidad de que se convierta en el sucesor de Bachelet parece ir en aumento, Sebastián Piñera debe aspirar a triunfar tanto en las urnas como en su posterior desempeño en La Moneda. Junto con esforzarse para no dejar escapar una victoria electoral que parece inminente, Piñera debe también trabajar en el diseño del primer gobierno de derecha democráticamente elegido en 50 años. Porque no puede darse el lujo de dejar ir esta elección que ahora aparece imperdible, ni tampoco puede arriesgarse a conducir un gobierno mediocre. Piñera debe concentrar su atención en 2009 en dos frentes: la elección presidencial y su programa/estrategia de gobiernoDesde el retorno de la democracia, la Alianza nunca había estado tan cerca de la victoria. En 1989 y 1993, el legado de la dictadura era una mochila demasiado pesada para la derecha. En 1999, Joaquín Lavín despertó entusiasmo y la crisis económica ayudó a la Alianza, pero la Concertación tenía un candidato atractivo y bien preparado. Mientras la Alianza puso todas sus cartas en Lavín, la Concertación fue un valioso soporte para un Ricardo Lagos que, entonces, tenía ganas y entusiasmo de sobra para enfrentar la campaña y ejercer como Presidente. En 2005, la popularidad del gobierno saliente y los atributos de la candidata Bachelet hacían muy difícil una victoria aliancista. La división de la derecha, que se presentó con dos candidatos, facilitó la cuarta victoria concertacionista. Pero ya en 2005 el agotamiento se hacía evidente en una coalición de centroizquierda que cada vez tenía más dificultades para alcanzar la mayoría absoluta de votos.
A menos de un año de la quinta contienda presidencial desde el fin de la dictadura, las circunstancias difícilmente podrían ser más favorables para la Alianza (ver gráfico abajo). La situación económica es compleja y las expectativas es que se complicará aún más. El gobierno saliente ha sido el menos exitoso de los cuatro periodos concertacionistas. Si bien Bachelet todavía es popular, la Concertación ya no es garantía de eficiencia y gobernabilidad. La coalición de centroizquierda todavía no tiene candidato. En parte la falta de institucionalidad para escoger al abanderado y la obsesión de los presidenciables por creer que sus demandas son más importantes que las necesidades de la gente, la Concertación ha devenido en un fantasma del viejo pasado que no se puede resucitar.
Pero Piñera no debiera equivocadamente creer que tiene la elección en el bolsillo. Las elecciones se ganan sólo el día que la gente asiste a las urnas. Desde las incomprensibles, pero aparentemente inevitables, divisiones al interior de la Alianza hasta la posibilidad de una fuga de votos hacia una posible candidatura alternativa populista, Piñera debe sortear muchos obstáculos antes de llegar a La Moneda. Si bien ya le dio un voto de apoyo a Piñera, la UDI ha dejado en claro que su compromiso no es incondicional. Bastará sólo un tropezón de Piñera en las encuestas para que algunos en la UDI le quieran devolver la mano por su decisión de ser candidato en 2005 después que la directiva de RN ya había votado por apoyar a Lavín como candidato presidencial de la Alianza. Después de todo, Piñera superó a Lavín por un 2,2% en primera vuelta en 2005, después de haber lanzado sorpresivamente su candidatura sólo siete meses antes de la elección.
Por su parte, la Concertación se aferrará al poder con dientes y muelas. Los chilenos nunca han votado mayoritariamente por un candidato de derecha. Una situación económica compleja con aumento del desempleo pudiera terminar debilitando las posibilidades de Piñera. Precisamente porque las campañas importan, los candidatos y sus partidos se gastan millones en convencer a indecisos y en confirmar esa inclinación de voto que ahora favorece a Piñera. En tanto no sepa quién será el candidato de la Concertación y qué otros nombres habrá en carrera, Piñera no puede terminar de afinar su estrategia electoral. Si la crisis es demasiado severa, Piñera deberá cuidar el flanco empresarial. Los empresarios son buenos cuando crean empleo, pero son los villanos cuando aumenta el desempleo. Si, como se espera, el desempleo y el crecimiento reemplazan a la inflación como la principal preocupación de la gente, la estrategia de campaña de Piñera también se deberá ajustar para reflejar esa nueva realidad.
Sea quien sea el candidato de la Concertación, Piñera deberá demostrar que es capaz de convocar más allá de la base electoral tradicional de la derecha. No basta con sumar la votación descontenta al electorado tradicionalmente derechista. Piñera debe ganar por méritos propios. Si su victoria es simplemente producto del agotamiento del electorado con la Concertación –la teoría del desalojo– el suyo será un gobierno que difícilmente pueda tener éxito. Piñera debe ganar porque una mayoría del electorado cree en él, no sólo por ser el mal menor.
Para demostrar que lo suyo es efectivamente un intento por dotar de energía a un país que sí puede más, Piñera debe privilegiar la diversidad en su campaña. Si su equipo está lleno de familiares, los amigos de siempre y los expertos de los think tanks de los partidos, la falta de diversidad de su círculo íntimo constituirá una debilidad que la Concertación sabrá explotar bien. En breve, Piñera debe bajar cultural y físicamente desde Las Condes y Vitacura hasta San Miguel y La Pintana. Pero también deberá salir de Santiago y llegar con un mensaje atractivo hasta Iquique y Osorno. No basta con aterrizar el helicóptero. Piñera debe convencer que revertirá la tendencia cada vez más excluyente de los gobiernos concertacionistas. Si en cambio se instala la percepción que un cambio de gobierno significará el paso de la gran familia concertacionista a la gran familia aliancista, Piñera difícilmente será un candidato que pueda ganar por entusiasmo. Igual podrá llegar a La Moneda, pero su capital político será mucho mayor si su victoria es también percibida como la victoria de la inclusión y las oportunidades.
La luna de miel
Los primeros 100 días de una administración sientan la norma de lo que será el gobierno completo. Las indecisiones, los desórdenes, las fortalezas y debilidades de La Moneda quedan en evidencia en los primeros tres meses de gobierno. Nunca hay una segunda oportunidad para crear una primera impresión. Esto será especialmente cierto para el primer gobierno no concertacionista que tenga Chile en 20 años. Piñera debe entender que el rango entre éxitos y fracasos que marcará su gobierno quedará definido antes de que visite el Congreso el 21 de mayo de 2010.
La selección de los miembros de su gabinete será una señal muy poderosa. Piñera podrá buscar experiencia entre los veteranos de los últimos años del gobierno de Pinochet. Pero eso despertará fantasmas y temores por doquier, lo que a su vez contribuirá a polarizar un periodo que inevitablemente estará cargado de tensiones. Si bien la Concertación ha estado tanto en el poder, y los políticos y técnicos de derecha no han tenido ocasión de ejercer puestos de política pública a nivel nacional en dos décadas, hay municipios liderados por la derecha que se han convertido en semilleros de líderes y funcionarios públicos con experiencia y dedicación. Adicionalmente, los centros de estudio de derecha también han servido para que muchos tecnócratas se adentren en cuestiones de políticas públicas. Pero así como el gobierno de Bachelet dolorosamente aprendió que pensar bien las políticas públicas no garantiza tener las herramientas y habilidades políticas para poder implementarlas, Piñera no debiera caer en la tentación de gobernar con los think tanks y olvidarse de la política. El éxito de su gobierno dependerá de su capacidad para poder crear políticamente los espacios para implementar las reformas que los técnicos de todos los colores políticos han identificado como necesarias.
Equivocadamente, algunos creen que Piñera formará su gabinete usando nombres de senadores y diputados. Más de algún parlamentario sueña con la idea de una reforma constitucional que les permita licencias temporales del Congreso para ejercer como ministros.
Pero los parlamentarios son mucho mejores haciendo leyes que ejecutando políticas públicas. Salvo contadas excepciones, los ministros concertacionistas que han pasado del Legislativo al Ejecutivo no han hecho un buen trabajo. Para ser exitoso, Piñera necesitará de legisladores aliados conocedores de los mecanismos y negociaciones parlamentarias. Si desviste un santo para vestir otro, el gobierno de Piñera difícilmente logrará responder a las altas expectativas que entusiastamente está alimentando el propio candidato. Si confía demasiado en la delegación parlamentaria aliancista, su gobierno pronto caerá víctima del mismo desprestigio que tiene hoy el Congreso.
Una mezcla balanceada de políticos y técnicos en el gabinete debe tener también rostros experimentados junto a caras nuevas. La diversidad de orígenes, visiones y posturas tan poco existente en la derecha debiera ser el sello del nuevo gabinete. Si Bachelet erró al imponer diversidad a partir de cuotas de género, partidos y caras nuevas, Piñera debe privilegiar la diversidad a partir de la inclusión, la igualdad de oportunidades y la excelencia en las credenciales de sus ministros. Más que buscar algún DC entre sus vecinos de Vitacura y Las Condes o un PPD entre sus compañeros de colegio o universidad para que se sumen al gabinete, Piñera debe privilegiar la calidad de su equipo y un balance adecuado entre habilidades técnicas y capacidades políticas. El gobierno debe cumplir objetivos de políticas públicas, por lo que Piñera no se puede arriesgar a que los partidos conviertan al aparato público en una agencia de empleos. Pero el Estado tampoco es una empresa, por lo que no basta con tener buenos gerentes.
Si el gabinete es capturado por la UDI, RN o el círculo íntimo de Piñera, si el nuevo presidente cede al cuoteo o demuestra incapacidad para reflejar la diversidad de Chile, su gobierno será incapaz de abordar exitosamente los desafíos que hoy tan bien resume el propio Piñera. Si Piñera desconoce que uno de sus desafíos será nombrar ministros que puedan convertirse en candidatos presidenciales en 2013, el síndrome de pato cojo también se instalará tempranamente en su cuatrienio. Nunca un presidente tiene tanto poder como las semanas previas a asumir el mando. Los actores políticos rápidamente le tomarán el pulso y sabrán qué tanta visión tiene el nuevo mandatario y qué tanta voluntad realmente tiene para impulsar reformas profundas.
El primer golpe siempre debe ir contra los propios
Una vez electo, la primera medida que debiera tomar Piñera es nombrar a alguien probadamente independiente o bien ratificar a Guillermo Larraín en la Superintendencia de Valores y Seguros. Ya que Larraín sancionó la multa contra el empresario por el uso de información privilegiada, al garantizar la independencia de la SVS, Piñera rápidamente despejará los comprensibles temores de muchos que sospechan de su incontinencia bursátil. Al ser el primer presidente que mantendrá importantes intereses empresariales en sectores regulados por el Estado, Piñera debe dar una señal clara de su respeto a la autonomía de las instituciones del país. Así, Piñera acallará a sus críticos y a la vez fortalecerá la institucionalidad democrática y sentará el precedente que un cambio de gobierno no significa una razzia contra funcionarios eficientes y bien calificados del gobierno saliente.
Luego, Piñera debería abordar los tres grandes problemas que evitan que el país entre por las grandes alamedas hacia un nuevo estadio de desarrollo. Las falencias de nuestra educación, la falta de modernización del Estado y del aparato público en general y la desigualdad obstinada en las oportunidades que tienen los chilenos frenan el desarrollo económico y el éxito social de Chile.
Si bien hay grandes acuerdos respecto a lo que se debe hacer en educación, la falta de coraje moral por parte de los gobiernos concertacionistas ha evitado avanzar con determinación. Desde la izquierda se alega que hay que terminar con el lucro descontrolado de muchos sostenedores privados. Desde la derecha, en cambio, se señala que el gran problema es el Colegio de Profesores y el sector público. Piñera bien podría avanzar en ambos frentes. Pero para ser exitoso en reducir el poder del Colegio de Profesores, Piñera debe primero impulsar reformas que mejoren la rendición de cuenta de los sostenedores privados y otorguen más herramientas de control a los alcaldes. Si da el primer golpe contra los grupos de interés del sector educacional que tradicionalmente aparecen más asociados con la derecha, Piñera ganará legitimidad para luego forzar el poderoso brazo de los profesores.
Correctamente, Piñera ha denunciado el doble estándar concertacionista que predica educación pública pero envía a los suyos a costosos colegios privados. Pero como él y sus ministros también tendrán a sus hijos en colegios privados, Piñera deberá demostrar que el suyo es un compromiso inmediato con la calidad de la educación, impártala quien la imparta. Si sus iniciativas se perciben como destinadas a debilitar aún más la educación pública, la polarización en el debate volverán a estancar la reforma.
La misma estrategia debe ser aplicada a la modernización del Estado. Para doblarle la mano a los poderosos sindicatos de trabajadores públicos –que estarán encantados de tener excusas para realizar paros contra el primer gobierno de derecha– Piñera deberá demostrar que quiere un Estado pequeño pero musculoso. Al otorgar efectivas capacidades de fiscalización –con reducida discrecionalidad– a los organismos que protegen los derechos de los trabajadores, consumidores y todos aquellos en posiciones vulnerables, Piñera demostrará dónde están sus prioridades. Luego, el Presidente podrá emprenderlas contra sindicatos y poderes fácticos que tienen al aparato de Estado cautivo en una mentalidad y en prácticas más propias de mediados del siglo XX que las que se necesitan para poder construir un Estado moderno del siglo XXI. Si en cambio se centra en iniciativas que modernicen el estado desde arriba hacia abajo –la Alta Dirección Pública mucho más que el Servicio Civil– Piñera rápidamente alimentará una oposición desde dentro de la burocracia estatal que harán inútiles cualquier esfuerzo por la modernización. La modernización del Estado no se puede lograr sin la cooperación decidida de al menos una parte de los empleados públicos.
El principal desafío de Piñera será el de emparejar la cancha en que los chilenos participan en nuestra economía social de mercado. Desde el acceso desigual a la educación de calidad hasta el apellido y los contactos, en Chile la igualdad de oportunidades dista mucho de ser una realidad cotidiana. Las empresas todavía miran demasiado el apellido, el género, la edad y la red de contactos y no ponen suficiente atención a los méritos y el potencial de trabajo. La preferencia que los chilenos demuestran por el Estado benefactor en las encuestas responde a la percepción que el mercado es demasiado cruel no porque algunos pierdan y otros ganen, sino porque los resultados de la competencia están predefinidos desde la cuna.
El objetivo de Piñera debe ser construir un sistema de mercado con una cancha pareja donde todos tengan igualdad de condiciones para competir. Los nombramientos de su equipo de campaña y de su gabinete deben reflejar esas prioridades. Pero también las reformas de políticas públicas que impulse deben buscar emparejar la cancha.
Los riesgos
Mucho más que la elección presidencial, el gran obstáculo que enfrentará Piñera para hacer un gobierno exitoso radica en los 20 años que la derecha ha pasado fuera del poder y en los 50 años que nos separan desde la última victoria democrática de ese sector. Piñera será objeto de la presión de demasiados próceres y técnicos aliancistas que han esperado mucho tiempo para ocupar cargos. Más que gente dispuesta a sudar la gota gorda, habrá muchos que querrán ser recompensados por sus años en el desierto de la oposición. La UDI, que todavía no acepta no haber podido llegar al poder con uno de los suyos, querrá implantar su agenda conservadora y religiosa en una sociedad cada vez más tolerante y diversa. Muchos empresarios querrán reducir al Estado a su mínima expresión, ilusionados en que el capitalismo salvaje permitirá mayor crecimiento e incapaces de entender que sin inclusión, justicia social e igualdad de oportunidades, el crecimiento es una olla que terminará por explotar. El propio Piñera posiblemente se sienta tan satisfecho con ser el primer presidente de derecha en 50 años que pueda terminar durmiéndose en sus laureles.
En un país que ya parece agotado de dos décadas de gobiernos concertacionistas, pero que aún no parece demasiado cómodo con la idea de entregarle el poder a la derecha, Piñera debe hacer un trabajo de joyería para construir confianzas, reducir temores y generar entusiasmo. Si logra que la elección se convierta en un referendo sobre qué futuro queremos para Chile, su victoria será un voto positivo y no sólo un voto de rechazo a la Concertación. Si adicionalmente logra convencer que lo suyo no es un capricho de un hombre inmensamente rico y en cambio logra construir una narrativa de gobierno y diseñar una estrategia que demuestre que tiene un plan para transformar Chile sumando voluntades y no polarizando al país, el suyo bien pudiera pasar de ser el primer gobierno de derecha en Chile al mejor gobierno que ha tenido Chile desde el fin de la dictadura.
Por Patricio Navias
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