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Gabriela Mistral


miércoles, 22 de julio de 2009

CHILE: Cuando el matrimonio es una desilusión.

Las falsas expectativas de la vida en común, primera parte:

En el enamoramiento idealizamos al otro, creamos grandes expectativas respecto del futuro en común. Cuando esta etapa termina, las parejas se encuentran con la dura realidad: El otro es como es y no como nosotros pensábamos que era. Pero los conflictos, según el psiquiatra Ricardo Capponi, pueden ser una gran oportunidad para construir un proyecto conjunto. Aquí explica cómo.

Crearse expectativas es una cualidad. El ser humano se mueve por las expectativas que se crea frente al futuro. Por el contrario, la ausencia de ellas es indicador de depresión.

Mientras más complejo y arriesgado sea el proyecto que se emprende, más altas expectativas se requieren: la recompensa que se espera hace que valgan la pena los riesgos y sacrificios.

El proyecto de compartir la vida para siempre con otro, tener hijos, criarlos, y hacerse cargo de todos los desafíos y problemas que puedan surgir en el grupo familiar es una empresa que sólo se realiza porque ofrece el cumplimiento de altas expectativas. Estas expectativas se forjan en el enamoramiento, y como éste es una mezcla de fantasía y realidad, a veces parece haber sido sólo un espejismo. Sin embargo, enamorarse es una capacidad (Debo aclarar que el matrimonio que no se contrae por enamoramiento, sino por conveniencia, requiere un tratamiento aparte).

Enamorarse es un acto psíquico complejo. Implica, en primer lugar, ser capaz de aceptar y sentir la carencia, la soledad, y la necesidad del amor de otro. En seguida, haber sido capaz de enamorarse de sí mismo. Esto es lo que se llama narcisismo. Este narcisismo normal, cuando se está buscando a otro (a), se proyecta y se ven en esa otra persona muchas cualidades que la hacen irresistiblemente atractiva.

Esta capacidad de idealizar al otro consiste en quitarle todo lo negativo y lo imperfecto, facilitando así vivencias de fusión maravillosas que permiten una entrega sin temor a disolverse en el otro, perdiendo la propia identidad.

Otro elemento que juega en este proceso es la capacidad de libidinizar el cuerpo del otro, esto es, percibirlo como apetecible y deseable.

La erotización que se gatilla en la cercanía corporal genera un círculo virtuoso al potenciar la idealización, la cual aumenta la erotización, consolidando así la fuerza de la atracción mutua.

Para que este estado de enamoramiento se irradie a todo lo que rodea al enamorado, se necesita la capacidad mental de desplazamiento, es decir, de poder trasladar el interés, la importancia o el afecto desde una cosa o persona a otra que se percibe como semejante.

Para construir este intenso vínculo con otro, se requiere también ser capaz de separarse de las personas que monopolizaban la energía psíquica previamente, en especial los padres y el grupo familiar. Requiere también de capacidad de proyección. Los enamorados reinterpretan el pasado y realizan un proceso de historización que integra los elementos comunes del pasado, para de esta manera construir un proyecto futuro creativo hacia el cual caminar juntos.

Un requisito fundamental es la capacidad de gratitud, que permite estar abierto al amor como un don, independiente del esfuerzo propio. Otro elemento que contribuye a acrecentar el enamoramiento es la habilidad de mantener al otro en la mente por largo tiempo, sin borrarlo ni destruirlo. Por último, es indispensable la capacidad de contención mutua, en que ambos enamorados acogen los dolores y amarguras del otro, ayudándose mutuamente a entenderlos y resignificarlos, dándoles un nuevo sentido en el contexto que están compartiendo.

Las primeras desilusiones

El enamoramiento es un estado mental que dura de dos a tres años. La relación se perpetúa si es capaz de pasar al amor sexual estable, cuyo motor fundamental no es el narcisismo propio del enamoramiento, sino la generosidad de la pasión. En esta etapa es cuando se descubren muchos problemas:

Sentirse engañado en el paso del enamoramiento a la pasión: El paso hacia la pasión, estado mental más realista que energiza y motiva a una buena relación de pareja a largo plazo, puede fracasar y dejar la sensación de que uno fue seducido de manera engañosa, o sea, que fue embaucado, engañado.

Por ejemplo, la esposa que no se puede conformar con que su marido no sea capaz de poner en palabras sus sentimientos y sea tan parco e introvertido. Durante el pololeo esta forma de ser de su pareja no la complicaba, al contrario, le otorgaba un aspecto misterioso y atractivo, propio de un hombre de acción, que imaginaba la protegería y le solucionaría todos los problemas básicos para la subsistencia de la familia. Por otro lado, siendo ella muy extravertida, le gustaba como él le daba espacio para que pudiera hablar todo lo que quisiera. Ahora, este rasgo de carácter idealizado durante el enamoramiento, se le volvió en contra, y se siente engañada. Se siente sola, triste e incomunicada.

Este sentimiento de sentirse engañado también depende de la intensidad de la idealización que se produjo en la etapa de enamoramiento. Por ejemplo, un hombre que idealizó tanto a su novia que la distorsión de la realidad (de quién y cómo era ella) fue extrema. En este sentido, lo primero es dejar en claro que se trata de soñar, pero no de caer en el delirio, por decirlo exageradamente. Ese hombre, en la realidad, después de la etapa de enamoramiento, se encuentra con alguien muy diferente. Este marido no puede aceptar que su mujer tenga carácter y se rebele a sus mandatos, cuando durante el pololeo le pareció que era una mujer sumisa y obediente. Durante el enamoramiento no pudo darse cuenta de que era asertiva y propositiva. Sorprendido por este supuesto cambio que muestra ella, le parece haber sido estafado. Pero fue él mismo quien se autoengañó.

La llegada de los hijos: Este es otro tema. Los niños se transforman en un nuevo proyecto para la pareja, y con ellos hay dos posibilidades: Si la pareja está bien, se estabilizan los conflictos por el compromiso que implican los hijos, porque los sueños están ahora enfocados en sacarlos adelante. Si la pareja está muy mal, la llegada de los hijos la puede destruir. O pueden pasar a ser un elemento que los distrae momentáneamente de sus conflictos, hasta que aparecen en algún momento. En este sentido, mientras más tiempo transcurra antes de enfrentar los conflictos, la sensación de estafa es más dura.

Estos avatares, que parecen tan tramposos y que parecen no tener sentido, pueden albergar un interesante desafío para la pareja, como quiero demostrar a continuación:

El desafío de juntarse con alguien diferente enriquece o destruye: "Dios los cría y el diablo los junta" es un aforismo popular que, en su última parte, capta con fina intuición la sensación de que una mano maléfica interviene cuando dos personas se enamoran. Y puede que, en ocasiones, lo que afirma esta frase sirva para describir (metafóricamente) algunas situaciones. Sin embargo, éste, como todos los saberes populares, puede resultar equívoco si no se entiende a cabalidad lo que atisba e insinúa con tanta perspicacia. No es cierto que el diablo se meta: Lo interesante de la pareja es que el juntarse con otro diferente es un desafío para seguir creciendo como personas. El obsesivo se va a casar con una histérica; una masoquista con un narciso. Hasta que llega el momento en que se presentan dos posibilidades: o esto me enriquece o me destruye. El problema es que esta sociedad es muy poco comprometida: le gustan las cosas fáciles. Cuando podrían enriquecerse con estos rasgos de carácter del otro: si lo logran, pueden dejar de sentirse estafados.

El punto es que el enamoramiento encierra el germen de lo que más tarde serán los problemas más serios en la pareja. Nos enamoramos de aquello que después de unos años, perdida la idealización, se transformará en la fuente más importante de conflictos. Es como todo lo que ofrece Lucifer: encandilador en su apariencia y en su inmediatez, pero feo por dentro y nefasto a la larga. El enamoramiento y lo propiamente demoníaco son cosas semejantes, en el sentido de que producen en nosotros efectos parecidos, pero -como veremos- hay una gran diferencia entre ambos, que tiene que ver con lo que son en sí mismos, más allá de lo que producen en nosotros.

Partamos, para explicarlo, con un ejemplo: una mujer sensible, lábil (poco estable y poco firme en sus resoluciones), impulsiva, de pensamiento más irracional y ocurrencial que objetivo, que se deja llevar por sus sentimientos, más bien dependiente y pasiva y sumamente impresionable, que se enamora y es correspondida por un hombre más frío, racional, ordenado y calculador, que siempre tiene una actitud previsora, con un discurso sumamente lógico, inamovible en sus convicciones y para quien el cumplimiento del deber y la responsabilidad está por sobre la realización de cualquier deseo. Cuando esta mujer y este hombre se enamoran, ambos idealizan los rasgos del otro. Ella encuentra que ese hombre maravilloso le ofrece estabilidad, orden y aquella protección que tanto necesita y admira. El verá en ella a una mujer vital, llena de entusiasmo y de sensibilidad, que le aporta esa alegría de vivir que tanto busca.

Una vez pasado el período de enamoramiento, esos mismos rasgos de carácter que fueron causantes de la atracción se transforman en la fuente de la discordia. Ella se queja de que su compañero no la entiende, es demasiado racional para enfrentar los problemas, todo lo somete a cálculo, no se deja llevar y es muy controlador, todo es previsible con él y le falta encanto a la relación. No la sorprende.

Por su parte, él se queja de que ella es muy demandante, que está siempre exigiéndole más afecto, que es muy impulsiva, que no puede conversar porque su pensamiento es muy disperso y no sigue las reglas de la lógica, y que, por lo tanto, él prefiere mantener una cierta distancia para no sentirse agobiado. Para ello, se enfrasca en el trabajo.

En casos como el de este hombre y esta mujer, en estricto rigor, no es cierto que sea el diablo quien los junta. Porque la figura luciferina representa el camino de la destrucción, y esta unión entre dos condiciones diversas no tiene como destino la destrucción, sino más bien el crecimiento y el desarrollo.

Las personas sí cambian: una oportunidad de crecer

Nos enamoramos de un otro para que, una vez pasado el enamoramiento, durante el largo proceso de desarrollo de la relación, su estilo represente un desafío a nuestro funcionamiento personal, y nos muestre aquellos rasgos que son complementarios a los nuestros y de los cuales carecemos.

En el ejemplo citado, el desafío de la mujer es integrar a su estilo afectivo-cognitivo esa parsimonia, orden, control, prevención y reflexión que representa su pareja. Y el desafío del hombre es integrar a su estilo afectivo-cognitivo, una mayor sensibilidad, capacidad de dependencia, de contemplación pasiva, de flexibilidad, de gratuidad y de valoración de lo emocional.

Parece ser que estamos llamados a continuar nuestro proceso de crecimiento en el encuentro íntimo con un otro, quien se encargará de agudizarnos las contradicciones que encierra nuestro propio estilo de vivir la vida. En este sentido, el pronóstico de una relación de pareja está determinado en forma significativa por la capacidad que tenga cada uno de integrar el vértice que el otro le está mostrando.

La aspiración a construir una relación de pareja basada en la comprensión mutua, en el amor y en la simetría -vale decir, con los mismos derechos y deberes- es una aspiración relativamente reciente, y su cumplimiento se da en un muy bajo porcentaje de parejas en la actualidad. Éste es el desafío que tenemos por delante, y para salir vencedores tenemos que asumir nuestras diferencias con el otro como una oportunidad de crecimiento y, paradójicamente, de encuentro.

Nuestra responsabilidad en estas materias va más allá de nosotros mismos: recae especialmente en la formación de las generaciones venideras, ya que lo que recién describimos será una de las bases que consolide a la pareja y mantenga una familia estable y a largo plazo, factores que inciden en la crianza de hijos sanos.

La transición no lograda habitualmente deja esa sensación de engaño, de fraude que he señalado, y es la causa habitual de serios desencuentros y grandes frustraciones en ambos miembros de la pareja, que van produciendo rabia, la que acumulada lleva al resentimiento, luego al odio, y finalmente a una relación resignada pero amarga, o por último a su disolución.

El que la pareja pueda seguir creciendo a partir de sus diferencias es muy esperanzador. Hay casos que han logrado relaciones muy cercanas haciendo este trabajo. Por el contrario, las que no crecen viven peleando y pueden llegar a tener una relación muy mala en la madurez. En este sentido, hay quienes piensan que la gente no cambia, en términos de carácter, de manera de ser. Por eso dudan de sus expectativas a futuro. Pero la gente sí cambia, ésa es la base de la vida. Lo que pasa es que el cambio depende de la capacidad de las personas de hacer experiencia a partir de las crisis. Nadie cambia porque sí; la gente cambia en períodos de crisis. Si estás en una situación difícil con tu pareja y tu pareja es capaz de, cariñosa y asertivamente, hacerse respetar, ayudarte a pensar, y mostrarte otro vértice, puede haber un cambio.

La próxima semana daré algunas pistas acerca del trabajo emocional que es necesario hacer para pasar del estado mental de enamoramiento al estado mental propio de una unión apasionada, de forma tal que el matrimonio no sea vivido como un engaño. Y también señalaré qué pasos tendrían que dar aquellos que ya se sienten estafados.

Por Ricardo Capponi - Psiquiatra y Psicoanalista. – Revista YA.
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