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Gabriela Mistral


viernes, 17 de julio de 2009

CHILE: "En el mundo exitista, competitivo, el buen trato pareciera que no reditúa”.

Anamaría Arón: Esta experta afirma que los chilenos, por cultura, aprendimos a tratar mal a la gente, pero también a quiénes tratar bien y a quién tratar mal. Aclara que al otro lado de la moneda del maltrato está la violencia.

“Acuérdate que vivimos juntos” es el nombre de la campaña del buen trato que canal 13 lanzó este año. Y frases como “dicen que las palabras se las lleva el viento, pero las palabras que duelen, no se olvidan nunca” o “un gesto amable, en el momento oportuno, puede cambiar la historia”.

En pleno siglo XXI pareciera extraño tener que recurrir a este tipo de cruzadas para llamar la atención sobre la forma como los chilenos hemos ido perdiendo la nociones mínimas de respeto, tolerancia, cuidado por otros y no violencia.

La Universidad Católica percibió este fenómeno hace más de 20 años, razón por la cual creó el Centro de Promoción del Buen Trato y a él recurrió el canal para gestar la campaña.

La psicóloga Anamaría Arón, a cargo de la misma, sostiene que el maltrato tiene, en su otra cara la violencia, y de ahí que es fundamental que se asuma este tema. “Se trata de una postura de vida de tratarse bien uno, para tratar bien a los otros, ya sea los niños, la pareja, las personas con las que trabajas”, sostiene.

“El maltrato no sólo es pegarle a otro un puñete, es también descalificarlo, no verlo, no considerarlo”, apunta.

-¿Fue necesario poner el tema en la agenda por lo olvidado y desvalorizado que lo tiene la sociedad?

“Muy olvidado; es como si en los modelos exitista y competitivo el buen trato no tiene cabida, no reditúa, por decirlo de algún modo. Pero, al contrario, en nuestras investigaciones hemos comprobado que el buen trato genera productividad; pareciera que postular esto como algo humanitario no convence a nadie, hay que traducirlo en índices de gestión y plata”.

-¿Qué le pasó a los chilenos? Las generaciones pasadas expresaban mayor preocupación diaria por el otro en el simple saludo.

“Sí, pero esto no sólo ocurre en Chile. Hoy esto no es un valor; lo que importa es ganar y para hacerlo hay que tirar a partir al otro; hay que llegar donde se debe independientemente de los obstáculos, que son personas. Ojalá que el del lado se caiga porque así llego yo primero.

“Hay una mentalidad exitista que valora al que llega más arriba, sin importar lo que haga por obtenerlo y eso tiene que ver con maltrato, hacer a un lado a los chilenos”.

-¿Hay países que son más amables? En Estados Unidos el tema del respeto al otro es importante.

“Sí, en EE.UU., en Canadá, el tema de respeto es fundamental, en cambio, nosotros somos un país que acepta mucho la falta de respeto desde lo que era el trato a los consumidores, cuestión que hoy ha cambiado. En el pasado no había posibilidad de reclamar y eso tiene que ver con el hecho de que uno no tiene derechos y nadie los respeta. Esto va desde cómo tratamos a los niños a cómo exigimos calidad en un producto, cómo manejamos en las calles o si paramos en los pasos cebra”.

-Velar por los derechos individuales no necesariamente significa no velar por la comunidad, pero pareciera que eso hicimos.

“Para tratar bien a otros hay que partir por tratarse bien uno; pero eso no significa ser egocéntrico, centrarse solamente uno. La Biblia nos dice “ama a tu prójimo como a ti mismo”; el que no se valora a sí mismo, valora re poco a los otros. Es un tema de autocuidado”.

-¿Hace la diferencia el hecho de que los norteamericanos son más conscientes del tema de los derechos del otro y la no discriminación?

“Sí, ellos son más sensibles; nosotros, en cambio, hemos sido muy insensibles al dolor, al sufrimiento de los otros y eso te hace ser muy irrespetuoso. De hecho eso da paso a creencias que avalan eso como que a los niños da lo mismo pegarles porque se les olvida o quien te quiere te aporrea.

“Esto viene de un sistema patriarcal, muy autoritario; algunos antropólogos lo ligan al hecho de haber sido colonia y estar sometido, agachando la cabeza. Eso da paso a que las personas que están en determinados puestos vean de cierta altura para arriba y no para abajo; o sea, miran a sus iguales y a los de más arriba y a los demás no los ven. Eso tiene que ver con discriminación de los menores, viejos, pobres, etnias o discapacitados. Los chilenos decíamos que no éramos racistas porque no habían etnias, pero desde el minuto que comenzaron a llegar peruanos, bolivianos, ecuatorianos, afloró”.

-Mirando a EE.UU., ¿puede ser que también tengan más normados los derechos y las sanciones?

“Efectivamente. Pero retomo el tema de la comunidad. Nosotros aún tenemos el valor de la comunidad y lo tenemos que cuidar. Si nos comparamos con los países del norte, con Europa, a veces, el respeto de la individualidad es tanta que produce lejanía. Allá les cuesta llegar a la casa de un vecino, si es que no lo conocen y nosotros como chilenos y latinos lo tenemos todavía; hacemos comunidad”.

-¿Hacemos comunidad o hacemos vida de familia, porque los vecinos ya no se conocen?

“Es cierto que hay que activar a la comunidad, en eso hemos trabajo. Está comprobado que en los barrios donde la gente se conoce hay menos violencia, menos problemas con la juventud. Y conocerse actúa como factor protector”.

-¿Nos reímos mucho del Manual de Carreño?

“Bueno, los manuales de buenas maneras han cambiado, pero el buen trato no es solamente tener buenos modales. Y han cambiado porque a veces, se quedan en la formalidad y pueden llevar a descalificar al que no lo conoce. Entre quienes son más educados hay mucha descalificación del que no sabe comer, tomar los cubiertos y se da paso a la discriminación.

“Manuales de buenas costumbres pueden ser muy discriminadores, y puede ser que a una persona no le enseñaron a comer, pero puede ser muy valiosa. Aún así, tener ciertos códigos de buenos modales son importantes: yo no puedo decir todo lo que se me ocurra, hay que ser respetuoso de los otros; eso de no tener pelos en la lengua y ser muy honestos no es tan bueno. Ojalá tuviéramos un poquito de pelos para poder evitarles sufrimientos a otros. Olvidamos la empatía con algunos, pero no con los iguales y superiores y eso genera violencia”.

Historial

Para ver entrevistas anteriores, linkea Mujeres top, arriba de esta página.

Anamaría Arón insiste en que el tema del buen trato es un tema cultural e ideológico, es decir, basado en nuestro pasado patriarcal. “El modelo te enseña a tratar mal, te enseña que para que la gente te crea, te respete, tienes que mostrar autoridad y no puedes ser amigo de todas las personas. Existe esta idea, creencia, de que una institución sale adelante si los que están arriba tienen don de mando. De hecho, en nuestra democracia, el Presidente más autoritario es el más creíble”, explícita.

Y profundiza señalando que más importante aún que haber aprendido a tratar bien o mal es cómo aprendimos a quién se trata bien y a quién se trata mal. “En una cultura adultista como la que tenemos, centrada en los adultos, a los niños no se les trata bien y no sólo eso, hay que ser súper estrictos. Ante una mamá acogedora no falta el comentario de que ese niño va a ir por mal camino”, aclara.

“Hay que tratar bien a todos”, sentencia y reclama frente a las personas que saben tratar muy bien a las personas que están en su living, pero mal a las que están en su cocina.

-¿Cuánto ha influido en nuestra realidad de maltrato el haber vivido una dictadura?

“Eso acostumbra mucho a agachar la cabeza y no defender nuestros derechos, pero también hay toda una generación que aprendió a ser más cuidadosa. Es cierto que en Latinoamérica las dictaduras se han instalado mucho más fácilmente porque tenemos una cultura de autoritarismo que nos hace aceptar algunas cosas. Obviamente, la democracia en el país, en la sala de clases, en la familia hace harto más complicada la convivencia”.

-¿Y cuánto influyó en el retroceso el pensar que con la democracia estaban dadas algunas cosas como la tolerancia?

“Ufff, nos queda mucho. La democracia pensada como ese orden de la sociedad donde todos tienen opinión no basta para que todos la tengan y se les respete. En esta democracia no se han acabado las injusticias ni el maltrato institucional. Hay que seguir trabajando”.

La segregación ha agudizado el problema del maltrato entre grupos sociales, pero Anamaría Arón, hace ver que también ha dado paso a la violencia puertas adentro, porque mientras más aislada esté una familia, es más probable que haya maltrato en su interior. “La red social regula el maltrato; las clases más acomodadas están más desprotegidas frente al abuso”, afirma.

-¿La farandulización que vivimos da cuenta de una falta de cuidado hacia los otros?

“Sí, muy grande. Y en esto, los medios tienen una responsabilidad social muy grande. Uno de los inventos más espantosos que han hecho los medios son los realities, porque son una sobreexposición de la intimidad que se traduce en maltrato”.

-¿Estamos además replicando el modelo sin que intervengan los medios? ¿Hablamos con liviandad de los otros?

“Hoy el nivel de la intimidad es muy bajo; la gente habla con los otros de cualquier cosa. Hay personas que pelan, desprestigian a los otros en forma reservada, pero otros lo hacen con el altavoz puesto y eso es muy maltratador. Tiene que ver con el modelo exitista”.

-¿Cómo se revierte este proceso de maltrato?

“Esto tiene que ver con valores y creencias. Y esto implica poner los valores en jerarquía. ¿Qué es más importante, ganar la carrera o ayudar al que se cayó? También hay que hacer consciente cuáles son nuestras creencias, porque las tenemos invisibilizadas. ¿Cuáles son tus creencias en relación a los derechos de hombres y mujeres? Antes, en el pasado, la creencia era que las mujeres no tenían derecho a voto o no debían trabajar. Si las personas no visibilizan sus creencias, no las cuestionan y no reflexionan sobre ellas, las aceptan como algo natural”.

-¿Los chilenos se están cuestionando esto?

“Algunos sí, pero es contracultura. En los países latinoamericanos el que es buena persona es ganso, es tonto, no aprovecha las oportunidades y todo esto puede ser muy perverso”.

Por María José Errázuriz L.
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