Los padres de los tres principales candidatos a la presidencia no fueron cualquier padre: Eduardo Frei Montalva fue Presidente y gran referente político, José Piñera Carvallo fue un diplomático destacado y Miguel Enríquez tomó las armas y murió a balazos. Sus hijos hoy se enfrentan en una campaña encendida, pero las primeras cuentas las han tenido que ajustar con su propia sangre.
La mejor historia de esta elección es imposible de contar. Imposible a menos que alguien pueda comunicarse con los espíritus y preguntarles a tres personas que en vida compartieron ideales y un partido, qué piensan de que sus descendientes directos estén enfrentados en una carrera por ser Presidentes de Chile.
Los hijos de Eduardo Frei Montalva y de José Piñera Carvallo, más el nieto de Rafael Agustín Gumucio –socios fundacionales de la Democracia Cristiana– e hijo del líder el MIR Miguel Enríquez, son los tres candidatos mejor evaluados en las encuestas de cara a la elección que definirá al Presidente que celebrará el Bicentenario de Chile instalado en La Moneda. Sus biografías son muy dispares.
Ninguno ignora su historia ni su herencia; pero la han enfrentado de manera muy distinta. "Yo nunca le he sentido el peso negativo. Ni de joven ni ahora", asegura Eduardo Frei Ruiz-Tagle. "Cuando era Presidente, muchas veces tomaba decisiones o hacía cosas que a mis colaboradores los sorprendía. Me decían ¿por qué lo hiciste así? Y yo decía, porque así se hace.
Es algo que se tomó con la leche en la casa", comenta en referencia a esa educación política "por osmosis" que recibió de Frei. En su primer camino a la presidencia, sin embargo, el candidato de la Concertación enfrentó muchas veces la acusación de que su único capital político era tener el mismo nombre de su padre.
"Al principio me reía. Después lo encontraba una majadería.
Hasta hace poco lo seguían diciendo. Yo nunca tuve dudas, ni complejos, ni problemas con el nombre. Todo lo contrario. Tomé la decisión de entrar a la política cuatro años después de la muerte de mi padre, sin ningún tipo de presión.
Sentía que tenía mis capacidades".
Eso, sin embargo, no implica desconocer el peso conveniente de ser el hijo de Frei Montalva: cuenta que todavía le pasa, sobre todo en comunas rurales, que en campaña se le acercan personas mayores a abrazarlo y mostrarle fotos con su padre.
"Es algo que hay que respetar. Alimenta el espíritu". Quien tiene varias de Frei Montalva en su oficina es el principal rival de su hijo, Sebastián Piñera. Entre sus fotografías está el retrato oficial del ex Presidente –dedicado a José Piñera Carvallo, su padre; camarada y estrecho colaborador de Frei en la Corfo y en misiones diplomáticas– y una estatuilla de él que Sebastián Piñera cuenta que recibió por contribuir para el monumento de Frei padre en la Plaza de la Constitución.
"Muchos de los amigos de mi padre me preguntaron varias veces por qué no había seguido la tradición familiar", reconoce. "Y yo les decía que en el fondo sí seguí la tradición: el amor por la libertad, el pluralismo, los valores del humanismo cristiano. Pero naturalmente elegí mi propio camino. Y de hecho cuando fui candidato a senador el 89 –por el pacto de centroderecha, enfrentando justamente a Eduardo Frei Ruiz-Tagle– mi padre fue muy motivante y me apoyó cien por ciento".
Las imágenes que Marco Enríquez-Ominami tiene de su padre –o de uno de ellos– son recortes de prensa que mantiene en el mismo álbum en que las guardó cuando su madre se las entregó, siendo un niño en el exilio en París. Fueron imágenes que debían hablar por sí solas: él no entendía el español de los textos que las acompañaban.
Miguel Enríquez parecía un héroe, "un Robin Hood".
Esa idealización marcó el inicio de una "relación secreta": Marco miraba el álbum en las noches, solo, sin contarle a nadie. Era secreta porque sentía que sus otros padres, los vivos, su abuelo Rafael Agustín Gumucio –con quien vivía tres días a la semana y quien fue "padre y madre a la vez", según cuenta– y Carlos Ominami, pareja de su madre, eran críticos del camino tomado por Miguel Enríquez, asesinado en 1974 a los 30 años.
Y era secreta porque Miguel no era sólo su padre desconocido –"una ausencia muy presente", dice–, sino un país aún más extraño. "Miguel era Chile", explica. "Y yo tenía prohibido ser chileno". El retrato de Enríquez se armó para su hijo entre la glorificación de esos recortes y los amigos de su padre que iban a conocerlo en París –como Andrés Pascal Allende–, la idealización del gobierno cubano que cuando tenía 10 años envió una carta oficial invitando "al hijo de Miguel Enríquez" a la isla ("decía que tenía que ir con un acompañante. Fui con mi mamá, pero yo le pregunté si no podía ir con Carlos", recuerda) y el "choque violento" que significó llegar al país de su padre biológico en plena adolescencia.
El peso lo sintió constantemente por parte de quienes detestaban a Miguel Enríquez en el Chile de 1986 y quienes lo adoraban y esperaban que su hijo fuera un revolucionario y no un adolescente amante de las películas de acción y de humor. "Hoy, en los que me siguen comparando con él creo que hay un poco de mala leche.
Es comparar peras con manzanas: mi papá tuvo papá, mamá, estudió en un colegio toda la vida, entró a la universidad y se tituló. A mí me tocó estar preso a los tres meses, con una mamá que debe haber sufrido mucho y ser exiliado. ¿Qué están comparando?¿Por qué no piensan un segundo y se dan cuenta de que mi papá tuvo una vida privilegiada que yo no tuve? Por de pronto él tuvo un papá", apunta.
"Yo tengo un apellido complejo".
ENFRENTAR AL PADRE
Las de sus padres eran personalidades complejas. Eduardo Frei Ruiz-Tagle recuerda a su padre como un hombre respetuoso de la privacidad y libertad de sus hijos, pero aplicando a ellos la misma vara con la que medía al resto del mundo. "Era muy estricto con los que no eran consecuentes, con los que eran poco estudiosos, los que improvisaban.
Rechazaba la falta de rigurosidad intelectual. Vi muchas conversaciones así porque lo acompañaba en el Senado, y a muchos senadores les decía: tú no estudias, estás opinando de un tema que no conoces". A él y sus hermanos también les llegaba. "Cuando sacábamos notas no muy buenas no nos castigaba; nos hablaba.
Era como una agresión intelectual salvaje". José Piñera también hablaba con sus hijos. Demasiado. "Mi padre era un gran conversador y un muy mal dormidor", recuerda Sebastián Piñera.
"Le gustaba conversar a toda hora. Así que a veces llegaba a las tres de la mañana y nos despertaba para conversar. O se levantaba a las cinco y nos despertaba para conversar. Algunos de mis hermanos cerraban la puerta con llave para eximirse de esa tortura.
Pero yo no, a mí me gustaba conversar con él".
Una vez jubilado, José Piñera tomó en serio eso de que los hijos debían devolverles la mano a sus padres.
Particularmente Sebastián, cuya paciencia, bolsillo y sentido del humor puso a prueba varias veces. Ya separado hacía tiempo, José Piñera llegó un día a la oficina de su hijo quejándose de un dolor de muelas y confesándole que le avergonzaba ir al dentista porque no le había pagado la cuenta.
Sebastián le extendió un cheque abierto para saldarla. "Más tarde lo llamé a la casa y la nana me dijo que se había ido a París.
Había girado el cheque por el total de mis fondos", cuenta Piñera. Su padre se había ido a la capital francesa –donde nació y vivió hasta los 17 años– persiguiendo a una mujer, "y vivió 30 días a cuerpo de rey", cuenta.
"Pero fue bonito, fue su despedida de su ciudad, porque murió al poco tiempo". "Tengo muchas historias como esa", advierte Piñera. "Cuando yo era gerente de un banco él abría su cuenta corriente y no depositaba nunca, sólo giraba.
Me llegaban los cheques a mí.
Y después él, con mucho humor, iba a quejarse de que mi banco estaba muy mal administrado y que así iba a quebrar", recuerda sonriendo.
Marco Enríquez-Ominami, en tanto, donde quiera que iba sentía el peso de su padre. Como invitado de honor en Cuba, a los diez años, un mirista fue almorzar con él. "Cuando llegó mi mamá, él le pidió permiso para enseñarme a disparar el arma de mi padre.
Fuimos los dos a un campo de tiro y me pasó una AK-47, muy pesada. Me dolía el hombro. Y este hombre me empezó a retar porque yo no le achuntaba".
EN BUSCA DE PAZ
Si en el arte hay que matar al padre, quizás en política haya que aprender a enterrarlo.
A veces eso implica reconciliarse con la extravagancia que muchas veces avergonzó al hijo, como le pasa a Sebastián Piñera, quien dice que encuentra la paz y la inspiración en la libertad y tolerancia que le inculcó su padre (sin ir más lejos, el candidato recuerda que cuando acompañó a su padre a la manifestación encabezada por Frei en el Teatro Caupolicán en 1980, su hermano mayor, José, era ministro de Pinochet).
Para Eduardo Frei Ruiz-Tagle la paz con el padre está en otra parte: en la investigación judicial para esclarecer su muerte. "En principio nosotros teníamos dudas, unos más que otros, pero las certezas empezaron a surgir el año 99 o 2000", explica. "Tras los exámenes a sus restos para mí no quedó duda: fue asesinado.
Y lógicamente que luchar por eso, aparte de que fue un ex Presidente, para mí personalmente es un motivo de paz. O sea, yo no podría dormir tranquilo sabiendo que esto no se aclara".La paz para Marco Enríquez está en otro lado. El diputado dejó a su padre donde cayó. "Él tomó una opción y se la respeto, pero él murió el 74.
No pienso qué sería de él. Él no tendría las coordenadas para analizarme. Me dejó una herencia muy bonita, pero muy complicada", sentencia. Sí se aseguró de que su otro padre, el vivo, el joven, el político que considera "el más brillante" y a quien más admira, Carlos Ominami, fuera su padre también en su carné de identidad. Hoy se llama Marco Enríquez-Ominami, quiere ser Presidente de Chile y, paradójicamente, con su candidatura ha puesto al senador Ominami en una complicada situación.Tal parece que el padre vivo heredó un problema de su hijo adoptivo.A veces, el peso de los apellidos corre en ambos sentidos.
Por Francisco Aravena F. – Revista El sábado.
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