Sangran lágrimas para que un niño hable. Para que un niño abusado o violado cuente su historia. Para hacer justicia. En la Unidad de Delitos Sexuales de la Fiscalía de Las Condes sólo hay mujeres. Son jóvenes, son madres. En silencio, con bajo perfil, trabajan en equipo. Entre ellas se cuidan: el riesgo de "reventarse", de "asquearse" es muy alto. Ésta es su vida.
Todo es pulcro, limpio. Nuevo. Una luz brillante, blanca, entra a través de las persianas. Las paredes también son blancas, sin adornos. No hay un papel en el suelo. Las funcionarias -todas mujeres- caminan por los pasillos como abrazadas a sus carpetas amarillas. No las sueltan. En ellas hay nombres de niños, historias de niños, dolores de niños. En ellas hay podredumbre, bajeza, escoria humana.
Son las cuatro de la tarde de un lunes de junio. La fiscal coordinadora de la Unidad de Delitos Sexuales de la Fiscalía de Las Condes, Eva Curia, está sentada en su escritorio. Tiene el pelo negro, brillante, liso. Los ojos grandes, verdes, vivos. A su lado, un cárdex repleto de causas por abuso sexual contra menores. Al lado del cárdex, una maleta roja, mediana, con ruedas, en la que se lleva el trabajo para su casa. Aunque trata de no hacerlo, quizá necesite ver una carpeta para poder dormir. Para sacarse de la cabeza una duda.
-Hay personas que se sientan aquí y me preguntan, sorprendidas: ¿En el barrio alto hay tantos casos de abuso sexual contra niños?, dice como resignada. A Eva le sorprende que las personas se sorprendan.
La Fiscalía de Las Condes, Vitacura, Lo Barnechea y La Reina está ubicada en el número 5550 de la calle Los Militares, esquina con Alonso de Córdova. A su alrededor: grandes edificios, oficinas, construcciones, grúas y camiones que levantan polvo. Tiene cinco pisos: fachada de vidrio, mucho cemento. En la entrada, un detector de metales, como en los aeropuertos. Un sistema para ingresar el RUT y esperar el turno. En el primer nivel: delitos sexuales. Más arriba: económicos, violentos, generales. La Fiscalía de Las Condes abrió sus puertas en junio de 2005, cuando se implementó en Santiago el sistema de justicia procesal penal.
Este año se dio una singular coincidencia en esta Unidad: sólo trabajan mujeres. Dos fiscales, una abogada, dos técnicas jurídicas. En la Unidad de atención y protección a víctimas y testigos -trabajan en conjunto- también: está la abogada jefa, dos sicólogas, una asistente social.
El equipo labora unido, en cadena: busca hacer justicia. El esfuerzo individual de cada una no sirve: es basura. Juntas también enfrentan los dolores, la pena, la impotencia. Todas son madres, de niños chicos: niños iguales a los que reciben a diario y quienes les cuentan cómo fueron abusados, toqueteados, violados, aterrorizados. Por el papá, el padrastro, el abuelo, el tío, la nana, el jardinero, el tío del furgón, la tía del jardín infantil, el profesor.
El equipo de la Unidad de Delitos Sexuales de la Fiscalía de Las Condes lo ha visto todo.
Más abuso que violación
Eva Curia tiene la voz suave, maneras suaves, acogedoras. 33 años. Abogada de la Universidad de Chile, casada, un hijo. Tres años en su puesto. Su oficina -justa, casi estrecha- está al fondo del pasillo, a la derecha. Afuera hay una pequeña sala de espera: una mesita para niños, un ficus de mentira, una alfombra verde, un clóset lleno de lápices, puzzles, blocks de pintura, un pizarrón con tizas. Las paredes están repletas de dibujos. Está el de Catalina; el de Vicente, el de Cristóbal, de cuatro años; el de Daniela, de cinco; de Benjamín, Denise, Maite, Martín, Seba, Luis, Nacho, Javiera. Son muchos. Demasiados.
Eva siempre está apurada. Como en todas las fiscalías, trabajan con plazos que cumplir. Los "delitos sexuales" comprenden el abuso sexual, la violación y la producción, almacenamiento y distribución de pornografía infantil: las grandes áreas de investigación de la Unidad. El abuso sexual muchas veces no deja pruebas físicas; sí rastros psicológicos. Es más difícil de investigar. La violación -anal, vaginal o bucal- generalmente deja rastros y se prueba con peritajes del Instituto Médico Legal.
Pero una declaración por abuso sexual es mucho más difícil de obtener que una por robo. Los niños tienen sus tiempos. No se largan a hablar -develar- como si estuvieran conversando con sus amigos. Eva debe cuidarse de no hacer preguntas sugestivas ni inductivas: Conversa: ¿Qué te gusta hacer? ¿Con quién vives? ¿Por qué tu profesora llamó a tu mamá? ¿Qué te dijo tu mamá? A veces se tiran al suelo, miran por la ventana, lloran.
El tiempo le -y les- ha entregado experiencia. Al principio, Eva Curia les hacía las preguntas en su oficina e iba registrando todo en su computador. Como si fueran adultos, pero con las piernas colgando de las sillas, con sus cabecitas apenas asomadas por detrás de las carpetas amarillas, del computador de color negro. Ahora tienen una salita especial para tomar las declaraciones. Paredes azul paquete de vela. Alfombra roja y peluda. Mesita de niños, sillitas para niños. Con las piernas enroscadas, la fiscal coordinadora se sienta en esa mesa de igual a igual con la pequeña víctima. Aquí no hay computador. Toma apuntes en un cuaderno y después pasa en limpio. Es más trabajo, pero le ha dado mejores resultados. Lo principal y primordial es la declaración del menor: en base a eso trabajan. Luego pasan a los padres, los profesores, los testigos... y comienzan a armar la investigación.
En la Unidad tienen más casos de abuso sexual que de violación. Aunque todavía son más niñas, casi no hay distinción de sexo. Como Juan, el pequeño que la está esperando la mañana siguiente, y que llega acompañado del abuelo. Juan no tiene más de seis años. Quizá cinco. No sonríe cuando la tía Eva le pregunta cómo está. Ni cuando le comenta cuánto ha crecido en los últimos días. No. Juan entra callado a la salita donde la fiscal y la psicóloga Carolina Soto van a tomar su declaración.
-A veces no dicen nada o se retractan y me quedo con la sensación de que hay un niño que está sufriendo un abuso. Para mí es terrible. Todos los días hay que levantarse con harta fortaleza para asumir esto, -dice. Cuenta que durante su embarazo sentía cómo su guagua se movía -pataleaba- cuando ella pasaba por momentos de angustia, de ansiedad. Cuando quería lograr el relato de un niño. Cuando se emocionaba.
En el barrio alto: más vergüenza
-A los niños de mayores ingresos les cuesta más develar el abuso que a los niños de escasos recursos, -dice la psicóloga Carolina Soto. Tiene el pelo negro hasta los hombros, ojos negros, pecas. Voz ronca. Empática, suave, aunque a la vez firme. Segura. Casada, con un hijo de cuatro años y medio y otro en camino, Carolina confiesa deformaciones profesionales. La primera: no confía en nadie. La segunda: minimiza los problemas de su hijo; no los ve.
Piensa voz alta: "Me dice que José no le quiso prestar la bicicleta... Y yo le contesto: Eso no es nada...".
Se queda pensando. Se toca la guata. Desde 2006 trabaja en la Unidad. Hoy dice que tiene que volver a su centro, concentrarse para pensar que la vida no es como la ve todos los días en la Fiscalía.
Carolina sueña: Con niños, con mamás. Cuando un imputado va a salir en libertad porque el tribunal determina que no es necesario mantenerlo en prisión preventiva y puede volver a agredir. En los sueños abraza, consuela, convence a una mujer de que es mejor que el agresor esté adentro de la cárcel y no afuera.
Los casos que más la afectan: cuando ve a niños muy asustados. Cuando están convencidos de que lo peor aún no les llega. Cuando piensan que sus mamás pueden morir por su culpa. Cuando el daño es doble: en su sexualidad y en su psiquis. Carolina recuerda especialmente a uno: Llegó hasta la salita azul y apagó la luz, cerró las persianas, aseguró la puerta. "Por favor, hablemos despacito que mi papá debe estar afuera escuchando", -le dijo.
-Cuando es un niño de una familia de ingresos altos -continúa la psicóloga- sabe que su agresor tiene mucho poder. Por eso le cuesta más hablar: sabe que puede cumplir sus amenazas. Por el contrario, un niño humilde tiene más redes sociales que lo apoyan: la mamá, los vecinos, el colegio, los tíos, las juntas vecinales.
Pasa horas en eso: Hablando, conversando, tanteando terreno. Dice que entre la gente más acomodada generalmente el niño es discriminado en su colegio, aislado. Hay padres que les dicen a sus hijos: no te juntes con ese niñito porque puede tener malas conductas. En un colegio de mucho prestigio le dijeron a un papá: Mire, su hijo fue abusado y lo más probable es que sea un abusador cuando grande. Carolina asegura que falta preparación para acoger este tipo de casos. Que entre la gente más humilde hay menos vergüenza, menos tabú.
La sigue sorprendiendo que muchos de los abusos sexuales que se cometen en Las Condes se deben al exceso de confianza. A la delegación del cuidado de los niños en terceras personas. O sea, a los padres ausentes.
Carolina dice: "Hemos tenido casos de nanas que han abusado durante años de los niños que cuidan. Las mamás dicen: ¡Pero cómo nunca me di cuenta!".
Incluso en la Fiscalía se comenta del caso de una "tía" de una sala cuna que se dio a la fuga: fue acusada por una madre de abusar de su hija de ocho meses. Se la ponía en el pecho.
Dos mundos en guerra
En 2007 a la Fiscalía de Las Condes -que, como ya dijimos, comprende las comunas de Las Condes, Vitacura, La Reina y Lo Barnechea-, ingresaron 108 denuncias por delito sexual contra menores de edad. En 2008 la cifra ascendió a 201. Total: 309 en dos años.
Aunque el abuso sexual es transversal, se cree que en las comunas más acomodadas se denuncia menos. Que la cifra negra no se conoce.
Con 36 años y experiencia como fiscal de abusos sexuales en Curicó y Santiago, hoy Gabriela Cruces es jefa de la Unidad de atención y protección a víctimas y testigos de la Fiscalía Regional Metropolitana Oriente. De traje negro impecable, pelo corto y maneras decididas, su labor es precisamente asegurarse de que las víctimas estén protegidas. Por eso trabaja a full. Si no estuviera segura de lo que hizo en el día, no podría dormir. Eso lo aprendió después de años. Hasta hace poco, hiciera lo que hiciera, no pegaba los ojos. Con el tiempo logró establecer un mecanismo de bloqueo mental cuando abre la puerta de su casa y saluda a su marido y a su hija.
Gabriela confirma que en el sector más acomodado, cuando el abuso es intrafamiliar, los involucrados son generalmente profesionales que llegan con una "batería" de abogados por ambos lados. Que son dos mundos en guerra. Esto significa que el niño se ve más expuesto al mundo jurídico, a más peritajes. A causa de esta enorme cantidad de diligencias que piden los abogados de ambos bandos, en el barrio alto, trabajar en una causa equivale a tres de otros sectores.
-Del ciento por ciento de las denuncias, entre el 80 y el 90 son contra menores de edad. De éstas, la mayoría es intrafamiliar. En la casa está el problema, -dice Gabriela.
Como Carla, de ocho años, quien fue reiteradamente violada por su padre en el contexto de las visitas domiciliarias. Un caso que costó, que fue largo, pero que dejó muy satisfecho al equipo, que logró una condena de ocho años efectivos para el agresor.
La más nueva en la Unidad es la fiscal Ivonne Alfarez. Llegó en marzo. Pelo castaño, ojos brillantes, movedizos. Cuando chica quería ser bailarina o científica. Abogada de la Universidad de Chile, fue fiscal de delitos violentos y luego pasó a violencia intrafamiliar. Estuvo un buen tiempo haciéndole "el quite" a abusos sexuales. Sabía que sería un trabajo complicado, duro. Con 39 años, una separación matrimonial y un hijo de seis, ya no pudo más. Se sentía preparada. Y lo sentía como una deuda. La experiencia la define en una palabra: fuerte.
Son las diez de la mañana de un martes de junio, un día igual al anterior, con poco sol y mucho esmog. Ivonne se apresta para comenzar una ronda de toma de declaraciones. Tiene las carpetas -amarillas- ordenadas; un chaleco cómodo, que la abriga. Pide una taza de café. Tiene puestos sus lentes: se le cansa la vista. Dice que para ser fiscal de delitos sexuales hay que tener una sensibilidad especial, una intuición: la necesita para el caso de que un niño esté siendo manipulado, utilizado.
-A veces el instinto te guía para ver por qué lado seguir investigando, para poder determinar si estás o no frente a un delito. No soy una superwoman: sí hay que tener la mente y los ojos bien abiertos.
Señala que hay que tener una alta tolerancia a la frustración y una vocación al bajo perfil. Las fiscales de delitos sexuales no son estrellas: no aparecen en televisión, no obtienen resultados a corto plazo. Es un trabajo arduo, silencioso: lo principal es proteger a la víctima.
Evitar "quemarse", "reventarse"
-¿Si me afecta? Mucho. ¿Por qué? Soy mamá: tengo dos hijas. Ver fotografías de una niña de cinco años manteniendo relaciones sexuales con un hombre adulto; cuando en frente tuyo una niñita le pide a Diosito que por favor el hombre malo no se aparezca nunca más... me afecta terriblemente. Pero si estás afectada no puedes ayudar. Es imposible. Tienes que estar entera y entender este trabajo como una oportunidad de ayudar al otro. No sacas nada con estar amargada, deprimida, con estrés, -dice Carolina Calvo, resuelta, mirando a los ojos.
Abogada de la Universidad Gabriela Mistral. Pelo claro, traje de pantalón y chaqueta. Pañuelo en el cuello. Tacos altos. Carolina Calvo hizo un diplomado en marketing en la Universidad de Berkeley, San Francisco. Dice que le sirvió. Que, sobre todo, aprendió a trabajar en equipo: "En general, los abogados no sabemos: es una profesión que se ejerce en soledad. Aquí no podemos trabajar de otra manera: no funciona".
Es miércoles, un día igual al anterior, tibio y con mucho esmog, y Carolina está un poco acalorada. Como abogada asistente debe tomar declaraciones, investigar, hacer acusaciones, codo a codo con las fiscales. No ha parado. Suena el teléfono, lo contesta, cuelga, vuelve a sonar. Y vuelve a sonar. Tiene su horario copado. Entre testigo y testigo, señala que todas las mujeres de la Unidad tienen una personalidad fuerte. Que a pesar de todo pueden seguir siendo libres, ellas y sus hijos. De otra manera -dice- tendría a sus niñitas encerradas. Le gusta saber cómo están, porque cuando uno menos se imagina es cuando ocurren las cosas. Pero muy aprensiva no es.
Habla del "autocuidado" del equipo. Esto significa que existe un riesgo asociado a su trabajo: el síndrome del burn out: quemarse, insensibilizarse. En palabras simples: asquearse, reventarse, no querer ver más una causa de abuso sexual. Llegar a soñar cuán feliz se sería, por ejemplo, instalando una tienda.
A nivel de Fiscalía el tema del "autocuidado" está en proceso de implementación. Por mientras, las mujeres de Las Condes han tomado algunas iniciativas grupales. Carolina es la gestora de los "miércoles dulces": cuando llega ese día se turnan para traer algo rico para después de almuerzo. Un queque, un chocolate, unos pasteles, hacen más llevadera la tarde.
Además, cada una toma sus propias medidas. Carolina intenta no contaminar su espacio personal: no se lleva trabajo a la casa, no habla de estos temas con su marido. Trata de almorzar todos los días en su casa. Los fines de semana juega golf.
Eva Curia hace artes manuales con su hijo en las tardes. Dejó de mirar las noticias en la televisión: la violentaban aún más. Hoy sólo lee los diarios. Carolina Soto practica yoga tres días a la semana a la hora de almuerzo. Le sirve para cortar el día; para partir la tarde con otro ánimo. Dice que si no, se volvería loca. Ivonne Alfarez hace gimnasia en las mañanas. Vendió su auto: hoy camina, toma una micro, un taxi: los tacos la tenían enferma. Gabriela Cruces va a dejar y a buscar todos los días a su hija al colegio. Dejó de ir a la oficina los fines de semana. Dice que cuando un caso es muy complicado, lo comparten, y eso también es autocuidado.
Dicen que todavía no están "quemadas", que todavía les gusta, que por eso están aquí. Dicen que ven esperanza en cada una de las víctimas: "Si el niño habla, se siente apoyado y recibe ayuda profesional, puede llegar a hacer una vida normal. Si es silenciado, amenazado, quizá qué pase en su futuro", dice Carolina Calvo.
Como Carla, la niñita de ocho años, quien habló. Carla le contó a su mamá: su mamá le creyó. Llegaron hasta la Unidad: les creyeron. Con todas las pruebas -y el relato de la niña-, los jueces llegaron al convencimiento. El agresor está en la cárcel y Carla -ya tranquila- comenzó con su proceso de reparación. ya
Las fiscales de delitos sexuales no son estrellas: no aparecen en televisión. Lo suyo es un trabajo silencioso: lo principal es proteger a la víctima.
Eva Curia dejó de mirar las noticias en la televisión: la violentaba aún más.
Por Ximena Urrejola B.
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